Así que a
menos que tomemos la inseparable unidad de la divinidad y humanidad de Cristo
como el punto de partida, la Iglesia es considerada como una organización sociológica
o humana, o institución, o quizás aun
como una sociedad separada de los problemas de este mundo, basada en verdades
parciales elegidas, las cuales mas o menos conscientemente, se consideran
absolutas.
En la situación
concreta de hoy si somos fieles a la imagen revelada de Cristo comprenderemos nuestra relación con Dios tanto
vertical como horizontal.
Vertical:
el intercambio de amor entre criatura y Creador se realiza al mismo tiempo
desde la base a la cima y desde la cima a la base. Es así como se considera la relación del
hombre con Dios.
Horizontal:
se refiere a la relación del hombre con hermanos y hermanas. En ellos, el ama a
Dios y le sirve a Dios a quien no ve. El no ve a sus hermanos y hermanas tan
solo en relación a su vocación eterna, sino también en la perspectiva de su
situación concreta en el presente.
El peligro
de la verticalidad radica en que olvidemos a nuestros hermanos y hermanas
mientras confiamos totalmente en Dios. Y el de la horizontalidad que olvidemos
a Dios con la excusa de servir a nuestro prójimo.
El mayor
peligro que debemos mencionar aquí es que trabajando en el mundo, las Iglesias pueden llegar a secularizarse.
La Iglesia debe seguir siendo Iglesia, aun cuando se asocia a los pobres, los
oprimidos y los hambrientos. Al hacerlo asi, debe predicar el Cristo completo y
total a la gente en su tiempo, proclamar tan solo a Él y su redención.
Es verdad
que Jesus es testigo del amor y la presencia tan especial entre los marginados
en la sociedad, los enfermos y los pobres, los débiles y los culpables. La
Iglesia de hecho se asocia con aquellos que tienen todo en contra y quiere
estar con los débiles y los privados de sus derechos. Pero esto no significa
que uno deba identificar a Dios con los oprimidos, el mensaje de los Evangelios
con el triunfo de la violencia y la injusticia. La Justicia nunca debe ser
confundida con la justificación: la liberación política y la victoria sobre la
pobreza no pueden estar al mismo nivel que la redención.
Por otro
lado Berdiaev dice que el tema de “el pan nuestro” es un tema material,
mientras el tema del pan de nuestro prójimo es una cuestión espiritual. Sin
dudas hay algo de verdad en esto.
Aquellos que no se comprometen espontáneamente en ayudar a los demás en
sus sufrimientos concretos pueden ser considerados culpables de herejía como
aquellos que niegan una u otra verdad de fe.
Que la
humanidad tenga suficiente pan para vivir dependerá del hecho que la suficiente
cantidad de personas comprenda que no solo de pan vive el hombre. En este
sentido seria erróneo enfrentar lo “vertical” con lo “horizontal”. Cada
dimensión de fe forma un todo con las demás. No existe separación clara entre
la historia de la salvación y la historia del mundo. A propósito de esto, va
por descontado que la Iglesia no es un medico inmunizador en la cabecera de una
sociedad enferma. Vivimos en una sociedad, y con ella, podemos enfermar,
esforzarnos y perder la esperanza.
Sin embargo no es fácil preservar el
equilibrio entre estas dos tendencias diversas, entre la horizontal y la
vertical, entre la humanidad de Dios y la adopción de Dios por el hombre.
Nuestra generación ha conocido estos “buenos Cristianos” cuyo ideal ha sido
escapar del mundo, aunque ellos vivieron una vida confortable. Hoy experimentamos una tentación opuesta. EN
su deseo de dedicarse enteramente al servicio de los demás, muchos cristianos
pierden de vista la trascendencia de Dios y asi al final solo en su inmanencia
en el hombre, o solo esa humanidad común.
Esta
tendencia es a menudo acompañada por una orientación teológica unilateral. Para
el bien de la humanidad y el mundo, debemos permanecer teológicamente cerca de
la profesión de fe de Pedro: “Tu eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”, que
considera al mismo tiempo a Dios y al hombre sin confundirlos.
«Tu eres
el Cristo, el Hijo del Dios vivo», la memoria de dos mil años en la historia de
la Cristiandad define en mayor o menor medida su responsabilidad también en
vísperas del tercer milenio. En el primer milenio, la Iglesia cristiana asocia
la paz del mundo Romano “pax romana”
con la paz del cielo, fundamentada en el misterio de la encarnación de Cristo,
como una “reconciliación” de la humanidad con Dios y como una nueva revelación
del hombre con su prójimo en el contexto del humanismo teocéntrico de la
Iglesia. Durante el segundo milenio los Cristianos de Oriente y Occidente han tratado de extender su contribución al
humanismo teocéntrico de la Iglesia a través de reflexiones teológicas (la
teología escolástica de Occidente) y a través de la emancipación de su propia
vida espiritual frente a frente con la experiencia espiritual de la Iglesia –
que es “el Cuerpo de Cristo” perpetuado en el tiempo y la historia –
descubriendo un humanismo antropocéntrico para la vida de la humanidad y del
mundo.
Repasando
la historia espiritual de los dos primeros milenios esquemáticamente se
presenta la pregunta acerca de que clase de humanismo caracterizará el tercer
milenio. Los cristianos están volviendo
a las fuentes que han irrigado su identidad espiritual durante dos milenios y
le han dado respuestas creíbles a su angustia existencial. Esta memoria les recuerda al mismo tiempo la
confianza de Dios hacia el hombre y la del hombre a Dios con todos los
elementos de las consecuencias que estos dos movimientos han tenido en la identidad del hombre a través de las
condiciones cambiantes de cada era. La Iglesia de Cristo trabaja a través del tiempo
como una memoria que garantiza la continuidad y el equilibro entre cuestiones cíclicas
y las peticiones de los cristianos. Para ello ella permanece – o al menos
debería permanecer – alerta para lograr comprender el mensaje de los tiempos.
En el umbral
del tercer mileno, somos consientes del hecho que, queriendo hacer su propia
interpretación de la identidad y su misión en el mundo, los hombres y mujeres
modernos han acumulado muchos problemas en la humanidad que las personas ahora
son incapaces de asimilar o manejar para el interes de la humanidad. Su clamor
por basar la paz social de las gentes en la necesidad de la muerte de Dios, en
la práctica, es vista no solo como una quimera , o peor aun una pesadilla que desafía
la ansiedad espiritual del hombre.
Las penosas
consecuencias de las recientes e inesperadas consecuencias ocasionadas por las
quimeras ideológicas han demostrado que el hombre no puede saciar su sed
soñando estar cerca de un manantial. La
sed y el hambre espiritual del hombre, causadas por los bloqueos de nuestra era
están confirmadas a través de la instintiva y recurrente búsqueda de
fuentes de espiritualidad diacrónica, a
pesar del hecho que la Iglesia no se halla aun lista para encontrar soluciones
a estos puntos muertos que el hombre moderno debe enfrentar. No obstante, ella
tiene el deber de ocuparse del hombre y la mujer modernos con todos sus
problemas, encomendarlos a la Mesa del Señor donde está encarnado el realismo
social de la Iglesia y se ofrece el “pan de vida! Y el “antídoto contra la
muerte”. Es solo ante el altar del Señor
que la muerte se convierte en fuente de vida para alimento espiritual del
hombre y para que el mundo pueda vivir. Esta humanidad cristocentrica es la
tarea de la Iglesia y la esperanza del mundo para el tercer milenio.
(Papandreou Damaskinos Metropolitamo Greco Ortodoxo de Suiza y secretario
de la Secretaria para la preparación del Gran Concilio Ortodoxo de Iglesias. En
su rol esta en permanente y regular contacto con todas las Iglesias Ortodoxas. Fundador
y Director del Centro Ortodoxo en Chambesy.)
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