Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

miércoles, 8 de mayo de 2019

El dia que Juan Pablo II viajo en colectivo en Lujan


La Policía Federal protestó. Argumentaban que no se podía transportar al Santo Padre en un colectivo sin la más mínima seguridad. Ordenaron revisarlo y un montón de policías se subieron al coche. ¡Casi me lo desarman! Tan puntillosa fue la revisión que hasta me desmontaron los fierros que sostenían la boletera...
Yo no podía más de los nervios. Tras eso, se acercó una persona que me indicó que por un tema de seguridad nacional debía sí o sí tapar con algo los destinos pintados en el cartel luminoso. Uno de ellos era "Cuartel 5°" y justo estábamos en guerra con los ingleses... Salí corriendo y encontré un negocio abierto. Conseguí dos banderas argentinas y las montamos como pudimos sobre los carteles.
Entretanto, acomodaron un asiento junto al mío, para que la gente pueda ver mejor a Juan Pablo II y que él tuviera una vista, digamos, privilegiada. Pero el asiento resultó un tanto incómodo, porque hubo que ponerlo cerca de la palanca de cambios la cual, otra no quedaba, le quedaría al Papa entre las piernas.
Yo seguía muy nervioso. En un momento, comenzaron a salir obispos y los colectivos se llenaron. De repente veo una marea de flashes que, lo juro, enceguecían: llegaba el Papa.
Saludó a todos y se acercó al coche por su parte delantera, pero caminó a lo largo del coche y se subió por la puerta de atrás para saludar, uno a uno, a todos los obispos y cardenales que estaban ya acomodados dentro del coche.


Yo ya estaba acomodado en mi asiento y él vino y se sentó a mi lado. Lo único que atiné a hacer fue tenderle la mano y el me la tomó, como tranquilizándome. Apuntamos para salir y lo que vi era sorprendente: había personas y personas apiñadas una arriba de la otra. ¡No se veía ni la calle!
Salimos primero, con las motos policiales que nos abrían paso. Yo había recibido la orden de no abrir las puertas pasara lo que pasase. Les indiqué a los motociclistas que me abrieran paso por delante y por los costados y comenzamos a avanzar. La gente era una marea humana, gritaba y cantaba... ¡No se veía nada! Y el Papa bendecía, a ambos lados de la calle.

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