Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

jueves, 9 de mayo de 2019

Camilo Ruini: Breve biografía de Karol Wojtyla (4 de 4)



 (Presentada en la Sesión de apertura de la investigación diocesana sobre la vida, virtudes y fama de santidad del Siervo de Dios Juan Pablo II, en la Basílica de San Juan de Letrán el 28 de junio de 2005)
El espíritu de un gran Pontificado
El 16 de octubre de 1978, según los planes de la Divina Providencia, Karol Wojtyla es elegido Obispo de Roma y Pastor universal de la Iglesia.  Todos recordamos aquella fuerte invitación al solemne  inicio del  pontificado, el 22 de octubre de 1978: «Non abbiate paura! Aprite, anzi, spalancate le porte a Cristo» (No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!) Una invitación, a la cual él ha permanecido siempre fiel.
Recordamos sus innumerables viajes apostólicos para llevar el anuncio de Cristo, nuestro único Salvador, por toda la tierra. Sus visitas a las parroquias de Roma, el afecto y la preocupación constante con que ha guiado esta Diócesis a través del Sínodo, la misión ciudadana, el Gran Jubileo que abarco todo el mundo. Recordamos la extraordinaria iniciativa pastoral de las Jornadas mundiales de la Juventud, que han abierto una nueva gran puerta al encuentro de los jóvenes con Cristo.
Y como olvidar aquel amor y aquella solicitud por la humanidad, tantas veces amenazada, que lo llevara a un trabajo incansable de suplicar por la paz para asegurar para los pueblos más pobres, los últimos de la tierra, una esperanza de vida y desarrollo, para defender la dignidad intangible de cada existencia humana, desde la concepción a su muerte natural, para tutelar y promover la familia y el amor humano autentico.
Además tampoco podemos olvidar la clarividencia y la valentía con la cual contribuyo a derribar el muro que separaba a Europa volviendo a llamarla a sus raíces cristianas.  La generosidad con que  ha trabajado por la unidad de los cristianos, considerada por el como una firme e indeclinable voluntad de Jesus.  Y su empeño en lograr que las religiones fueran portadoras de paz entre los pueblos. Su sinceridad en pedir perdón por los pecados de los hijos de la Iglesia, y al mismo tiempo la fuerza y tenacidad con que ha defendido y proclamado la unión indisoluble de la Iglesia con Cristo y la integridad de la doctrina católica.
De esta doctrina, de su verdad y de su relevancia para el hombre de hoy, son expresiones insignes sus catorce encíclicas, el Catecismo de la Iglesia Católica y todos sus otros documentos y discursos. De su solicitud para con la colegialidad del Episcopado, la unidad y la vida de la Iglesia, testimonian las quince Asambleas del Sínodo de Obispos por el convocado, como así también la promulgación del Código de derecho canónico de la Iglesia latina y de las Iglesiasorientales. 
En la raíz de toda esta incansable acción apostólica se distingue claramente la intensidad y la profundad de la oración de Juan Pablo II, de la cual tantos de  nosotros podemos brindar testimonio, aquella intima unión con Dios que lo ha acompañado desde su más tierna niñez hasta el término de su existencia terrena. Tan solo quiero recordar las palabras con las cuales se pronunció al inicio de su Pontificado, el 29 de octubre de 1978, en el Santuario della Mentorella: «La oración […] es también la primera tarea y como el primer anuncio del Papa, del mismo modo que es el primer requisito de su servicio a la Iglesia y al mundo.»
Sin embargo existe una dimensión ulterior, igualmente decisiva, de la relación que ha unido a Karol Wojtyla a Cristo Salvador y a la humanidad por El redimida.  Es la relación de la sangre. En el poema Stanislaw compuesto pocos días después del Conclave que lo elegiría Papa, el escribió: «Si la palabra no convierte, será la sangre la que convertirá.» Fue la sangre vertida por Juan Pablo II en la Plaza San Pedro el 13 de mayo de 1981, y más tarde, no la sangre sino la vida entera,  ofrecida durante sus largos años de enfermedad. Por ultimo su sufrimiento y su muerte, su bendición casi sin voz desde la ventana, al término de la Santa Misa de Pascua, fueron para la humanidad entera un testimonio extraordinariamente eficaz de Jesucristo  muerto y resucitado, del significado cristiano del sufrimiento, de la muerte y de la fuerza de salvación que en ello reside, por último el análisis del verdadero rostro del hombre redimido por Cristo. Por eso los días de sus exequias se convirtieron para Roma y todo el mundo, días de extraordinaria unidad, de reconciliación de apertura del alma a Dios.
El entonces Cardenal Joseph Ratzinger se basaba en su homilía  en aquella Misa de exequias el viernes 8 de abril en la Plaza San Pedro en las palabra “sígueme” que Jesus resucitado le dirigía a Pedro cuando le encomendaba pastorear sus ovejas (Jn 21, 14-23) identificando en el seguimiento de Cristo la síntesis de la existencia de Karol Wojtyla Juan Pablo II, para finalmente concluir: « Podemos estar seguros de que nuestro amado Papa está ahora en la ventana de la casa del Padre, nos ve y nos bendice.» Si, esta es también nuestra certeza  (…)  
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(traducido de: Camillo Ruini  Alla sequela di Cristo Giovanni Paolo II il Servo dei Servi di Dio, Cantagalli, Siena, feb 2007)


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