“Cultiven los ciudadanos
con magnanimidad y lealtad el amor a la patria, pero sin estrechez de espíritu,
de suerte que miren siempre al mismo tiempo por el bien de toda la familia
humana, unida por toda clase de vínculos entre las razas, pueblos y naciones.
Los cristianos todos deben tener
conciencia de la vocación particular y propia que tienen en la comunidad
política; en virtud de esta vocación están obligados a dar ejemplo de sentido
de responsabilidad y de servicio al bien común, así demostrarán también con los
hechos cómo pueden armonizarse la autoridad y la libertad, la iniciativa
personal y la necesaria solidaridad del cuerpo social, las ventajas de la
unidad combinada con la provechosa diversidad. El cristiano debe reconocer la
legítima pluralidad de opiniones temporales discrepantes y debe respetar a los
ciudadanos que, aun agrupados, defienden lealmente su manera de ver. Los
partidos políticos deben promover todo lo que a su juicio exige el bien común;
nunca, sin embargo, está permitido anteponer intereses propios al bien común.
Hay que prestar gran atención a la
educación cívica y política, que hoy día es particularmente necesaria para el
pueblo, y, sobre todo para la juventud, a fin de que todos los ciudadanos
puedan cumplir su misión en la vida de la comunidad política. Quienes son o
pueden llegar a ser capaces de ejercer este arte tan difícil y tan noble que es
la política, prepárense para ella y procuren ejercitarla con olvido del propio
interés y de toda ganancia venal. Luchen con integridad moral y con prudencia
contra la injusticia y la opresión, contra la intolerancia y el absolutismo de
un solo hombre o de un solo partido político; conságrense con sinceridad y
rectitud, más aún, con caridad y fortaleza política, al servicio de todos.”
(de la ConstitucionPastoral Gaudium et Spes que tanto le gustaba citar a Juan Pablo II, discípulo fiel
del Concilio Vaticano II)
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