«Chaîre kecharitomene, ho Kyrios meta sou»
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,
28)…
(…) Pero, ¿por qué se invita a María a alegrarse
de este modo? La respuesta se encuentra en la segunda parte del saludo: «El
Señor está contigo». También aquí para comprender bien el sentido de la
expresión, debemos recurrir al Antiguo Testamento. En el Libro de
Sofonías encontramos esta expresión «Alégrate, hija de Sión... El Rey
de Israel, el Señor, está en medio de ti... El Señor tu Dios está en medio de
ti, valiente y salvador» (3, 14-17). En estas palabras hay una doble promesa
hecha a Israel, a la hija de Sión: Dios vendrá como salvador y establecerá su
morada precisamente en medio de su pueblo, en el seno de la hija de Sión. En el
diálogo entre el ángel y María se realiza exactamente esta promesa: María se
identifica con el pueblo al que Dios tomó como esposa, es realmente la Hija de Sión
en persona; en ella se cumple la espera de la venida definitiva de Dios, en
ella establece su morada el Dios viviente.
En el saludo del ángel, se llama a María «llena
de gracia»; en griego el término «gracia», charis, tiene la misma
raíz lingüística de la palabra «alegría». También en esta expresión se
clarifica ulteriormente la fuente de la alegría de María: la alegría proviene
de la gracia; es decir, proviene de la comunión con Dios, del tener una
conexión vital con Él, del ser morada del Espíritu Santo, totalmente plasmada
por la acción de Dios. María es la criatura que de modo único ha abierto de par
en par la puerta a su Creador, se puso en sus manos, sin límites. Ella vive
totalmente de la y en relación con el Señor;
está en actitud de escucha, atenta a captar los signos de Dios en el camino de
su pueblo; está inserta en una historia de fe y de esperanza en las promesas de
Dios, que constituye el tejido de su existencia. Y se somete libremente a la
palabra recibida, a la voluntad divina en la obediencia de la fe.
El evangelista Lucas narra la vicisitud de María
a través de un fino paralelismo con la vicisitud de Abrahán. Como el gran
Patriarca es el padre de los creyentes, que ha respondido a la llamada de Dios
para que saliera de la tierra donde vivía, de sus seguridades, a fin de
comenzar el camino hacia una tierra desconocida y que poseía sólo en la promesa
divina, igual María se abandona con plena confianza en la palabra que le
anuncia el mensajero de Dios y se convierte en modelo y madre de todos los
creyentes.
(De la Audiencia
General del Papa Benedicto XVI del 19 de diciembre de 2012)
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