Y nos hemos arrodillado en adoración ante este Niño, que es el Verbo divino, hecho hombre por nuestra salvación: "En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios... Todo se hizo por Él... Y el Verbo se hizo carne, y puso su morada entre nosotros" (Jn 1, 1-3. 14).
La
Navidad es, por consiguiente, un tiempo de reflexión que no
puede menos de tener impacto en toda la vida. En efecto, con la Navidad
comienza la nueva historia de la humanidad, historia en la que la salvación
divina sale al encuentro del pecado del hombre.
Nuestro
mundo está distraído por muchos intereses y atractivos; se halla desconcertado,
a menudo decepcionado, preocupado, e incluso a veces angustiado, porque
persisten amenazas, enfrentamientos y sufrimientos. En Navidad se siente la
necesidad de revisar el sentido auténtico de la propia vida y afloran al
espíritu las más elevadas aspiraciones a la solidaridad y a la paz.
En
muchas personas queda, sin embargo, una sensación de perplejidad y de malestar
espiritual ante el misterio de la Encarnación. Estarían dispuestas a aceptarlo
"como una dulce y profunda alegoría, pero no como una verdad desnuda y
cruda". Ya lo notaba Romano Guardini (El Señor, parte I, cap.
III), el cual observaba: Es preciso "rodear este misterio, que es el
misterio central del cristianismo, de vigilancia sosegada, temblorosa y
suplicante; entonces, por fin, se nos revelara también su sentido. Y, mientras
tanto, valga como consigna: Estas cosas las hace el Amor".
Con
la ayuda de la gracia es necesario ponerse en la perspectiva del misterio y del
amor para llegar a la certeza de la verdadera identidad del Niño nacido en
Belén.
(…)
La
reflexión que la Navidad suscita en los creyentes se convierte, por tanto
también en momento de alegría íntima y profunda. Es la alegría
que experimenta María por su maternidad divina (cf. Lc 1,
46-47); es la alegría que el ángel anuncia a los pastores de Belén en la noche
santa; es la alegría de los Magos cuando vuelven a ver la estrella misteriosa
de su viaje (cf. Mt 2, 10); y es, por último, la alegría que
Jesús promete y da a los Apóstoles y a sus fieles, y que hará exclamar a san
Pablo: "Estoy lleno de consuelo y sobreabundó de gozo en todas nuestras
tribulaciones" (2 Co 7, 4).
En
efecto, frente al misterio de la Encarnación se puede descubrir que la vida de
cada persona y de todo el género humano tiene un significado que sobrepasa el
tiempo y desemboca en la eternidad.
La Navidad, por lo tanto, se transforma también en momento de decisión…Con motivo de la crisis de la cultura moderna, los creyentes se encuentran ante tres grandes clases de personas en dificultad: "Quienes no creen todavía; quienes han nacido en el seno de pueblos cristianos considerados entre los más fieles, pero que hoy ya no creen; y quienes, aunque tienen el don de la fe, no son capaces de conformar su propia vida con el Evangelio" (Discurso en la Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino, 24 de noviembre de 1994, n. 3; cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 16 de diciembre de 1994, p. 8). Quiera Dios que la solemnidad de la Navidad impulse a todo bautizado a ser testigo intrépido de la fe cristiana, mediante la palabra y el ejemplo, la oración asidua y la caridad generosa hacia todos los hermanos, especialmente hacia los más necesitados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario