Mt 25:35 “porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; 25:36 desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver”.
En el Ángelus del 9 de julio del 2000 Año jubilar el Papa Juan Pablo II comunicaba con alegría que aquella mañana se había encontrado con los detenidos de la cárcel "Regina Coeli" para celebrar con ellos el jubileo. “Ha sido un momento de oración y de humanidad muy emotivo” - decía el Papa y agregaba “ Leyendo en sus ojos, he tratado de intuir los sufrimientos, los anhelos y las esperanzas de cada uno. Sabía que en ellos encontraba a Cristo, que en el Evangelio se identificó con los detenidos hasta el punto de decir: "Estuve (...) en la cárcel y vinisteis a verme" (Mt 25, 36).
“"Estuve (...) en la cárcel..." (Mt 25, 35-36) - Estas palabras de Cristo ….- decia el Papa en la Homilia - nos traen a la mente la imagen de Cristo que estuvo efectivamente en la cárcel. Nos parece volverlo a ver en la tarde del Jueves santo en Getsemaní: él, la inocencia personificada, escoltado como un malhechor por los esbirros del Sanedrín, capturado y llevado ante el tribunal de Anás y Caifás. Siguen las largas horas de la noche a la espera del juicio ante el tribunal romano de Pilato. El juicio tiene lugar la mañana del Viernes santo en el pretorio: Jesús está de pie ante el procurador romano, que lo interroga. Sobre su cabeza pende la demanda de condena a muerte mediante el suplicio de la cruz. Lo vemos luego atado a un palo para la flagelación. Sucesivamente es coronado de espinas... "Ecce homo", "He aquí al hombre". Pilato pronunció esas palabras, tal vez esperando que se produjera una reacción de humanidad en los presentes. La respuesta fue: "¡Crucifícalo, crucifícalo!" (Lc 23, 21). Y cuando, por fin, le quitaron las cuerdas de las manos, fue para clavarlas en la cruz.
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"Estuve (...) en la cárcel, y vinisteis a verme" (Mt 25, 35-36). Pide que lo vean en vosotros, como en muchas otras personas afectadas por diversas formas de sufrimiento humano: "Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40). Se puede decir que estas palabras contienen el "programa" del jubileo en las cárceles, que hoy celebramos. Nos invitan a vivirlo como compromiso en favor de la dignidad de todos, la dignidad que brota del amor de Dios a toda persona humana.
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En el centro de este jubileo está Cristo, el detenido; al mismo tiempo, está Cristo, el legislador. Él es el que establece la ley, la proclama y la consolida. Sin embargo, no lo hace con prepotencia, sino con mansedumbre y con amor. Cura lo que está enfermo, fortalece lo que está quebrado. Donde arde aún una tenue llama de bondad, la reaviva con el soplo de su amor. Proclama con fuerza el derecho, pero cura las heridas con el bálsamo de la misericordia.
"sacar de las cárceles a los presos" (Is 42, 7)…... La "cárcel" de la que el Señor viene a sacarnos es, en primer lugar, aquella en la que se encuentra encadenado el espíritu. La cárcel del espíritu es el pecado. ¡Cómo no recordar, a este respecto, aquellas profundas palabras de Jesús: "En verdad, en verdad os digo que todo el que comete pecado es esclavo del pecado"! (Jn 8, 34). Esta es la esclavitud de la que él vino en primer lugar a librarnos. En efecto, dijo: "Si permanecéis en mi palabra, seréis en verdad discípulos míos y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Jn 8, 31).
De esta esclavitud viene a librarnos el Espíritu de Dios. Él, que es el Don por excelencia que nos obtuvo Cristo, "viene en ayuda de nuestra flaqueza, (...) abogando por nosotros con gemidos inenarrables" (Rm 8, 26). Si seguimos sus inspiraciones, produce nuestra salvación integral, "la adopción, la redención de nuestro cuerpo" (Rm 8, 23).
Así pues, es preciso que sea él, el Espíritu de Jesucristo, quien actúe en vuestro corazón, queridos hermanos y hermanas detenidos. Es necesario que el Espíritu Santo penetre totalmente en esta cárcel en la que nos encontramos y en todas las prisiones del mundo. Cristo, el Hijo de Dios, quiso ser detenido, dejó que le ataran las manos y luego las clavaran en la cruz, precisamente para que el Espíritu pudiera llegar al corazón de todo hombre. También donde los hombres están encerrados con los cerrojos de las cárceles, según la lógica de una justicia humana, por lo demás necesaria, es preciso que sople el Espíritu de Cristo, Redentor del mundo…. “
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