“Por diversos aspectos, Juan Pablo II se mostró muy pronto como un papa
diferente. Diferente a los clichés que querían adjudicarle. Diferente a las
expectativas de una u otra facción eclesial. Pero también, en cierta medida,
diferente a sus mismos predecesores.
Era diferente, en fin, por el modo tan personal, original, y por tanto, fundamentalmente
nuevo en el que interpretó el papel de Pedro, marcando así el comienzo de una nueva
etapa del papado. Y esto empezando por los viajes, que fueron asumiendo
progresivamente un carácter más sistemático, habitual, hasta convertirse en
parte integrante del ministerio pontifico y que contribuyeron en no pocas
ocasiones – precisamente por la presencia del Papa en un determinado país, una presencia
qu daba más fuerza e inmediatez a las palabras que el pronunciaba – a cambiar
la historia de ese país o cuando menos a favorecer su retorno a la libertad.
Más que expresión de la institución eclesiástica, Karol Wojtyla era un papa
carismático, profético, misionero Más que ejercer la función de jefe del
gobierno de la Iglesia, era – y en esto se intuía algo del inconfundible
mesianismo eslavo – un papa de la «visión» de la utopía. Es decir, era un Papa
que no creía tanto en los programas, en las reglas, en las estrategias
elaboradas sobre la mesa, sino en la esperanza, forjada por la fe, alimentada
por la acción del Espìritu y naturalmente sostenida por el trabajo creativo de
los hombres, que al final llegaría a saber qué
hacer en tal situación o como resolver aquel problema.
Karol Wojtyla que, por otra parte, prefería el trabajo colegial, no era de
tomar y llevar a cabo decisiones irreflexivamente. Y aún, asi ciertamente no
anduvo falto de coraje. Nunca buscó el aplauso, el consenso de la opinión pública,
sino que, al contrario, combatió con firmeza el extendido conformismo de una
sociedad que, para ser «moderna», descendía a niveles de moralidad cada vez más
bajos. Así como Wojtyla no careció de coraje, de autèntico coraje evangélico,
al denunciar como profeta las injusticias, las situaciones escandalosas, y por
tanto, al pronunciar palabras nunca antes dichas, al realizar gestos totalmente
inéditos y al aventurarse por caminos aún inexplorados.
Bastaría con pensar en la interminable serie de «primeras veces» de las que
fue protagonista. Fue el primer Papa en entrar en una sinagoga (en Roma) y en
una mezquita (en Damasco). En Asís reunió en una oración por la paz a los representantes
de todas las religiones. No tuvo miedo a pedir perdón por los pecados cometidos
por los cristianos en el pasado. Consiguió reunir a millones de jóvenes de
todas las partes del mundo en encuentros religiosos. Y exaltó el «genio» femenino
cuando aún serpenteaba en los ambientes eclesiásticos una fuerte misoginia.”
Gian Franco Svidercoschi: Un Papa que no muere – la herencia de Juan Pablo
II, Ediciones San Pablo 2011)
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