Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

viernes, 30 de mayo de 2014

Gian Franco Svidercoschi: Juan Pablo II, un papa diferente (2 de 2)



“Pero sobre todo era un Papa diferente por cómo conservó su propia humanidad hasta el fondo. Tenía una necesidad espontánea, instintiva, de contacto con los demás. Mostraba una gran naturalidad al sintonizar con quien lo escuchaba, pero también con quien le hablaba, sin que nunca afectara su papel, su autoridad; como ocurría en las comidas o en las cenas, pues a su mesa siempre había personas (colaboradores, amigos, ilustres intelectuales) que le informaban sobre los problemas del trabajo, o discutían con él sobre cómo iban las cosas en el mundo. Y también la idea de los viajes nació de esta necesidad de relaciones humanas más directas, más inmediatas. «A los fieles – decía – no podemos esperarlos en la plaza de  San Pedro, al contrario, hay que ir donde están ellos».

A menudo hablaba de forma espontánea, improvisando incluso en idiomas que apenas sabía. Comenzó a usar el «yo» en lugar del plural mayestático, no sólo en los discursos, sino incluso en los documentos oficiales. Escribió «cartas» - como hace un padre con sus propios hijos – a los niños y a los jóvenes, y también a las mujeres, a los enfermos, a los artistas, a las familias, y otra más, muy personal y reveladora de  los sentimientos que experimentaba al acercarse a los ochenta años de edad, la escribió a sus «coetáneos», como los llamó. «Siendo también yo anciano, he sentido el deseo de ponerme en diálogo con vosotros…». No se le ocultaba el hecho de que había entrado en la etapa de la fragilidad, de las limitaciones debidas a la edad: pero decía, «conservo el gusto por la vida.».

Quizás también por eso, por el deseo de acercar a la gente, se encontraba más a gusto «jugando» fuera de casa, fuera del Vaticano, lo cual era ya un primer signo del cambio que pedía el Concilio: la Iglesia salía de los «recintos sagrados» para retomar el diálogo  con el mundo contemporáneo. Pero además aquí estaba la voluntad del nuevo Papa de, por un lado, hacer más personal la misión universal del jefe de la Iglesia, haciéndola de este modo más comprensible, y por otro, la voluntad de ir al encuentro de los hombres, de los hombres concretos, allí donde ellos viven, trabajan, combaten sus batallas cotidianas.

Fue, en fin, el artífice – aunque no siempre fue comprendido y no siempre fue secundado – de una profunda revolución espiritual; una revolución espiritual que nunca fue desconcertante, llevada delante de forma gradual, pero que logró igualmente dar un nuevo rostro a la Iglesia y a una nueva credibilidad al catolicismo, acompañando al hombre moderno en el camino hacia una nueva búsqueda de sentido, de significado de su propia existencia, y volver así a experimentar la nostalgia de un Dios quizás lejano, quizás incluso obligado a callar en el fondo de su propia conciencia, pero nunca completamente olvidado.”


Gian Franco Svidercoschi: Un Papa que no muere – la herencia de Juan Pablo II, Ediciones San Pablo 2011)

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