Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

miércoles, 7 de septiembre de 2022

8 de septiembre Fiesta de la Natividad de la Santisima Virgen Maria

 


"¡Tu nacimiento, Virgen Madre de Dios, ha anunciado la alegría a todo el mundo!"

 

El 8 de septiembre de 1979 el Papa Juan Pablo II “peregrinaba” por primera vez a Loreto como Papa (volvería a hacerlo en abril de 1985, en 1994, en 1995 y en 2004) a ese lugar que el llamaba “la colina de los laureles” que de una humilde casita se transformara en hermoso Santuario en honor al nacimiento de la Madre de Dios;

 "De ti nació el Sol de justicia, Cristo, nuestro Dios, que borrando la maldición, nos trajo la bendición y, triunfando de la muerte, nos dio la vida eterna" (Ant. Benedictus).

Mañana la Iglesia celebra ese “dia de gozo” y “Así, pues, la gran alegría de la Iglesia pasa del Hijo a la Madre. El día de su nacimiento es verdaderamente un preanuncio y el comienzo del mundo mejor (origo mundi melioris") como proclamó de modo estupendo el Papa Pablo VI.

Hacia ya un año que cumplía su misión como Obispo de Roma pero no quería pasar por alto que muy cerca de la “casa de Maria” descansan muchos queridos compatriotas soldados polacos, cuyo recuerdo guardaba en su corazón y que  “durante la segunda guerra mundial cayeron en combate sobre esta tierra, luchando por "nuestra y vuestra libertad", como dice el antiguo lema polaco. Cayeron aquí, y pueden descansar cerca del santuario de la Virgen María, el misterio de cuyo nacimiento difunde su luz en la Iglesia en tierra polaca y en tierra italiana. También ellos participan, de modo invisible, en esta peregrinación.”

Gran parte de su homilía se baso en el significado de la casa, de la casa de Nazaret,  la casa de la Sagrada Familia,  la casa individual de cada uno y de la importancia del techo, de ese techo que no tuvo el Hijo de Dios al venir al mundo,  y de  la importancia de una patria, la “gran casa familiar”.  

 

“ El culto de la Madre de Dios en esta tierra está vinculado, según la antigua y viva tradición, a la casa de Nazaret. La casa en la que, como recuerda el Evangelio de hoy, María habitó después de los desposorios con José. La casa de la Sagrada Familia. Toda casa es sobre todo santuario de la madre. Y ella lo crea, de modo especial, con su maternidad. Es necesario que los hijos de la familia humana, al venir al mundo, tengan un techo sobre la cabeza; que tengan una casa. Sin embargo la casa de Nazaret, como sabemos, no fue el lugar del nacimiento del Hijo de María e Hijo de Dios. Probablemente todos los antepasados de Cristo, de los que habla la genealogía del Evangelio de hoy según San Mateo, venían al mundo bajo el techo de una casa. Esto no se le concedió a El. Nació como un extraño en Belén, en un establo. Y no pudo volver a la casa de Nazaret, porque obligado a huir desde Belén a Egipto por la crueldad de Herodes, sólo después de morir el rey, José se atrevió a llevar a María con el Niño a la casa de Nazaret.

 (…)

Y desde entonces en adelante esa casa fue el lugar de la vida cotidiana, el lugar de la vida oculta del Mesías; la casa de la Sagrada Familia. Fue el primer templo, la primera iglesia, en la que la Madre de Dios irradió su luz con su Maternidad. La irradió con su luz procedente del gran misterio de la encarnación; del misterio de su Hijo.

(…)

En el rayo de esta luz crecen, en todo vuestro país de sol, las casas familiares...Muchas, tantas casas; las casas familiares. Y muchas, tantas familias; y cada una de ellas permanece, mediante la tradición cristiana y mariana de vuestra patria, en un cierto vínculo espiritual con esa luz, que procede de la casa de Nazaret, especialmente hoy: en el día del nacimiento de la Madre de Cristo.

 (…)

La gran casa habitada por una comunidad grande....  Efectivamente, la presencia de la Madre de Dios en medio de los hijos de la familia humana y en medio de cada una de las naciones de la tierra en particular, nos dice mucho de las naciones y de las comunidades mismas.

Efectivamente, se trata de trabajar y colaborar para que en la tierra, que la Providencia ha destinado a ser la morada de los hombres, la casa de la familia, símbolo de la unidad y del amor, venza a todo lo que amenaza esta unidad y amor entre los hombres: el odio, la crueldad, la destrucción, la guerra. Para que esta casa familiar se convierta en la expresión de las aspiraciones de los hombres, de los pueblos, de las naciones, de la humanidad, a pesar de todo lo que le es contrario, que la elimina de la vida de los hombres, de las naciones y de la humanidad, que sacude sus fundamentos, sean socio-económicos o éticos; porque sobre unos y otros se basa toda casa; tanto la que se construye cada familia, como también la que, con el esfuerzo de todas las generaciones, se construyen los pueblos y las naciones: la casa de la propia cultura, de la propia historia; la casa de todos y la casa de cada uno.

Esta es la inspiración que encuentro aquí, en Loreto. Este el imperativo moral que de aquí deseo sacar. Este es, al mismo tiempo, el problema que precisamente ante la tradición de la casa de Nazaret y ante el rostro de la Madre de Cristo en Loreto, deseo encomendar y confiar, de modo especial, a su corazón materno, a su omnipotencia de intercesión ("omnipotentia suplex") .

Acepta, oh Señora de Loreto, Madre de la Casa de Nazaret, esta peregrinación mía y nuestra, que es una gran oración común por la casa del hombre de nuestra época: por la casa que prepara a los hijos de toda la tierra para la casa eterna del Padre en el cielo. Amén.”

 

 (Juan Pablo II Peregrinacion a Loreto  y Ancona, Fiesta de la Natividad de la Santisima Virgen Maria, 8 de septiembre de 1979)

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