Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

miércoles, 7 de septiembre de 2022

Recordando a Juan Pablo II(2005) Cardenal Justin Francis Rigali

 


Yo estaba en el balcón de la Secretaría de Estado la tarde que fue anunciada la elección del papa Juan Pablo II. Me presentaron el día siguiente, siendo yo entonces director del departamento de lengua inglesa de la Secretaría de Estado. Estaba presente la tarde que el Papa salió por el Arco de las Campanas para visitar al obispo Deskur, polaco, amigo suyo desde la juventud, que había sufrido una apoplejía. Así que la primera vez que el Papa salió del Vaticano fue precisamente para demostrar su gran compasión, lealtad y misericordia: fue a visitar a un necesitado. Su pontificado comenzó con la bandera de la misericordia, la generosidad, el amor pastoral y la energía. La energía de entregarse, de darse completamente al Reino de Dios y al pueblo de Dios.


Luego el Papa comenzó a viajar, y la primera de las muchas veces que tuve la suerte de acompañarlo a los países de lengua inglesa fue en su tercer viaje internacional, a Irlanda y los Estados Unidos. Cuatrocientas mil personas lo esperaban en Galway Bay, en la costa occidental de Irlanda; eran jóvenes, y el Papa fue aplaudido 42 veces. Pero el aplauso número cuarenta y uno fue increíble, duró doce o trece minutos. ¿Qué lo había provocado? Había dicho a los jóvenes irlandeses lo mismo que iba a decirles al poco tiempo a los americanos y luego a todos los muchachos del mundo: «Jóvenes, yo os amo». Entonces comencé a comprender su método: quería proclamar la Palabra de Dios, comprometer a los jóvenes a hacer algo de sus vidas, decirles, como nos enseña el Concilio Vaticano II, que su realización está en Jesucristo, que sólo Él puede explicarles la vida y la humanidad, y que prestaran atención para evitar lo que les privaba de esta herencia y de su libertad. Los jóvenes comprendieron que él les amaba –y que les amaba a pesar de que quizá no iban a aceptar todo lo que afirmaba– y la demostración la hemos tenido en Roma, en la multitud que vino a rendirle homenaje.

Estuve con el Papa durante la visita a Marruecos, cuando habló con gran honestidad a los 60.000 jóvenes que lo esperaban, todos musulmanes. Dijo que los pueblos de religiones distintas han de respetarse mutuamente, aceptando las diferencias, la mayor de las cuales es nuestra gran fe en Jesucristo. Dijo que todos tenemos en común el don de la humanidad, que todos somos hijos de Dios y que el mundo tiene gran necesidad de que exista entre nosotros una relación de paz y respeto. 

Pero yo creo que para interpretar todo su pontificado es necesario comprender su primera encíclica, la Redemptor hominis, porque el papa Juan Pablo II estaba convencido de que el Concilio tenía razón afirmando que es Jesús quien le explica el hombre al hombre mismo y que conocemos a Dios mediante Jesús, esplendor del Padre. Jesús no sólo revela a Dios, sino que muestra al hombre su dignidad de criatura humana.

El papa Wojtyla, que había experimentado los horrores del nazismo y del comunismo, conocía el valor de la dignidad humana y sabía que no puede ser tolerado lo que la debilita o la destruye.La energía interminable de este Papa ha sido evidente para todo el mundo. Como Sansón en el Antiguo Testamento, cuya fuerza enorme residía en sus cabellos y desaparecía si se los cortaban, Juan Pablo II sacaba energía de su vida de oración, y por eso le veíamos siempre rezando. Recuerdo que una tarde en África, al final de una jornada increíblemente larga de encuentros, visitas, discursos, después de la cena tenía que saludar y dar las gracias a los hombres de la seguridad, los cocineros, y el obispo local seguía presentándole a más personas… La fila terminó muy tarde. Luego hablábamos con otro colega mío polaco durante un momento con el Papa del día recién terminado y de las muchas cosas que se habían hecho. Él estaba muy contento y parecía cansado. Pero al cabo de dos minutos se levantó de la silla y entró en la capilla a visitar el Santísimo Sacramento. Se pasó allí casi media hora, luego salió, y mi colega y yo nos miramos compartiendo la misma impresión: estaba listo para volver a empezar, se había regenerado. Allí fuera los jóvenes empezaron a cantar, el Papa salió a la ventana a saludarles, cantó un poco con ellos y sólo después se fue a descansar. Este fue Juan Pablo II, y se le puede comprender sólo si se conoce su secreto, la fuente de energía que le ha mantenido durante veintiséis años y medio. Es fácil hacer bien las cosas al principio, pero él, como Jesús, lo hizo hasta el final.

Hay un viaje papal que yo considero especial, el primero, a México, porque el Papa se arrodilló allí delante de la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe y comprendió cuál era la misión a la que Dios le llamaba. Dijo entonces que la Iglesia, para ser fiel a Cristo, ha de ser sierva de la humanidad, y él estaba muy orgulloso de su título “Servus servorum Dei”, siervo de los siervos de Dios, el mismo de Gregorio Magno. Este fue su reto, su objetivo, su misión.

Pero luego nos dejó entrar en su secreto: durante todos estos años nos enseñó a rezar, a dirigirnos al Señor y pedir fuerza, porque si queremos cumplir nuestra misión hemos de ir hasta Jesús en el Santísimo Sacramento. Nos enseñó la eucaristía y al final murió en el Año de la Eucaristía. Nos enseñó, como dije al principio, la misericordia. En la Dives in misericordia escribió que la misericordia es el mayor atributo de Dios. ¿Qué es la misericordia? El amor de Dios que se pone en contacto con nuestra debilidad, nuestra necesidad, nuestros pecados. El Papa le ha dicho a la gente que no se desanime, porque Cristo nos ofrece el perdón en el sacramento de la penitencia, porque Él es misericordioso. La misericordia es el amor de Dios frente a nuestros pecados, y todos nosotros tenemos pecados. No sólo escribió el Papa aquella encíclica, sino que también canonizó a sor Faustina Kowalska de Cracovia, que tuvo revelaciones privadas sobre la misericordia divina. La enseñanza de la Iglesia, sin embargo, no deriva de ella, sino de las Escrituras. Sor Faustina fue beatificada el segundo domingo de Pascua de 1993, posteriormente denominada por Juan Pablo II “segundo domingo de Pascua o domingo de la Misericordia”. Y la primera víspera del segundo domingo de Pascua o domingo de la Misericordia murió el Papa, después de que por última vez su secretario, el arzobispo Stanislaw Dziwisz, celebrara en su habitación la eucaristía. Roma se llenó de carteles en los que tras el rostro del Papa se ve la imagen de Jesús misericordioso. Aquel domingo celebré misa en mi Catedral y recordé a los fieles que ellos acababan de escuchar las mismas lecturas que escuchó el Papa antes de morir. La misericordia fundamenta todo el pontificado. El Papa se consideraba un apóstol de la divina misericordia, la cual explica su amor, su entrega total, y al final su muerte, coronación de una vida dada con total generosidad. Por ese motivo su rostro está en la muerte tan sereno y tan en paz, porque había completado su misión, la de quien proclama la misericordia de Dios y defiende la dignidad de todo hombre, mujer, niño.

 (Fuente:  30Giorni, 2005) 

No hay comentarios: