“La
vida es bella” se titula una película famosa ambientada en el trágico marco de
un campo nazi. Si, también en las condiciones más inhumanas, el hombre sabe – o
quizás siente, percibe, de alguna manera intuye – que la vida es un bien
precioso, si bien a menudo amasada entre dolor y lágrimas. Esta sana toma de
conciencia – que la vida es en sí misma un bien – hoy parece nublarse en la
conciencia de algunas personas. Existen fuertes presiones que conminan a pensar
que solamente una vida “cualitativamente gratificante” puede ser considerada
“bella” y por ende digna de ser vivida. El valor de la vida esta en riesgo de
sufrir «una especie de “eclipse”, aun cuando la conciencia no deje de señalarlo
como valor sagrado e intangible» (Evangelium vitae, n11)
El deber primordial de caridad del cristiano, en medio de la confusión de nuestro tiempo, es hablar con claridad, aun a costo de ser impopulares. «Se requiere, más que nunca, el valor de mirar de frente a la verdad y de llamar a las cosas por su nombre, sin ceder a compromisos de conveniencia o a la tentación de autoengaño». (EV 58) Ninguna formula políticamente correcta, ningún juego de palabras, ninguna perífrasis “sanitaria” podrán convertir jamás la supresión deliberada de una vida humana en un acto irrelevante, o – peor aun – en un derecho adquirido. Ninguna supuesta “buena intención” por ejemplo, la de suprimir el sufrimiento – ninguna legitimación burocrática, ningún artículo de ley estará jamás en condiciones de convertir en moralmente bueno un acto intrínsecamente malo.
Esta forma de “resistencia cultural” si bien necesaria, no es suficiente, sin embargo, para promover en dirección positiva una nueva “cultura de la vida”. Hace falta también un testimonio concreto de amor. El Señor nos ha dado el ejemplo, anticipando voluntariamente en la Eucaristía el ofrecimiento de su vida por el mundo, ofrecimiento realizado después en modo definitivo en la cruz. Solamente si también nosotros sabremos hacer de nuestra vida un don consciente de amor lograremos hacer comprender a nuestros contemporáneos que la vida – toda vida – viene del amor, que lleva el sello y la esencia, y es en si misma don de amor, y como tal es siempre acogida y custodiada. La celebración del Evangelio de la vida debe realizarse sobre todo en la existencia cotidiana, vivida en el amor por los demás y en la entrega de uno mismo. Así, toda nuestra existencia se hará acogida autentica y responsable del don de la vida y alabanza sincera y reconocida a Dios que nos ha hecho este don.
En este contexto, rico en humanidad y amor, es donde surgen también los gestos heroicos. Estos son la celebración más solemne del Evangelio de la vida, porque lo proclaman con la entrega total de si mismos. Son la elocuente manifestación del grado más elevado del amor que es dar la vida por la persona amada (Jn, 15,13), son la participación en el misterio de la Cruz, en la que Jesus revela cuánto vale para El la vida de cada hombre y como esta se realiza plenamente en la entrega sincera de si mismo. Mas allá de casos clamorosos, está el heroísmo cotidiano, hecho de pequeños o grandes gestos de solidaridad que alimentan una autentica cultura de la vida. (EV, 86) Aquí estamos comprometidos todos. EL anuncio del “Evangelio de la vida” comprende también nuestras decisiones.
(publicado
en Totus Tuus, revista de la
Postulación, Nr 1 Ene/Feb 2010)
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