(EL retorno del hijo pródigo Rembrandt – de Wikimedia)
En primer lugar queremos
tomar conciencia del mensaje bíblico sobre el perdón de Dios: mensaje
ampliamente desarrollado en el Antiguo Testamento y que encuentra su plenitud
en el Nuevo. La Iglesia ha insertado este contenido de su fe en el Credo mismo,
donde precisamente profesa el perdón de los pecados: «Credo in remissionem
peccatorum».
El
Antiguo Testamento nos habla, de diversas maneras, del perdón de los pecados. A
este respecto, encontramos una terminología muy variada: el pecado es
«perdonado», «borrado» (Ex 32, 32), «expiado» (Is 6,
7), «echado a la espalda» (Is 38, 17). Por ejemplo, el Salmo 103
dice: «Él perdona todas tus culpas, y cura todas tus enfermedades» (v. 3); «no
nos trata como merecen nuestros pecados; ni nos paga según nuestras culpas» (v.
10); «como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por
sus fieles» (v. 13).
Esta disponibilidad de Dios al perdón no atenúa
la responsabilidad del hombre ni la necesidad de su esfuerzo por convertirse.
Pero, como subraya el profeta Ezequiel, si el malvado se aparta de su conducta
perversa, su pecado ya no será recordado, y vivirá (cf. Ez 18,
espec. vv. 19-22).
En el Nuevo Testamento, el perdón de Dios se
manifiesta a través de las palabras y los gestos de Jesús. Al perdonar los
pecados, Jesús muestra el rostro de Dios Padre misericordioso. Tomando posición
contra algunas tendencias religiosas caracterizadas por una hipócrita severidad
con respecto a los pecadores, explica en varias ocasiones cuán grande y
profunda es la misericordia del Padre para con todos sus hijos (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n.
1443).
Culmen
de esta revelación puede considerarse la sublime parábola normalmente llamada
«del hijo pródigo», pero que debería denominarse «del padre misericordioso»
(cf. Lc 15, 11-32).
(…)
Al narrar la parábola, Jesús no solamente habla del Padre; también deja vislumbrar sus propios sentimientos. Frente a los fariseos y escribas, que lo acusan de recibir a los pecadores y comer con ellos (cf. Lc 15, 2), demuestra que prefiere a los pecadores y publicanos que se acercan a él con confianza (cf. Lc 15, 1) y así revela que fue enviado a manifestar la misericordia del Padre. Es la misericordia que resplandece sobre todo en el Gólgota, en el sacrificio que Cristo ofrece para el perdón de los pecados (cf. Mt 26, 28).
(de la Audiencia General de Juan Pablo II del 8 deseptiembre de 1999)
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