Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

miércoles, 6 de marzo de 2024

El tiempo del Evangelio

 


La entrada de la eternidad en el tiempo a través del misterio de la Encarnación hace que toda la vida de Cristo en la tierra sea un período excepcional. El arco de esta vida constituye un tiempo único, tiempo de la plenitud de la Revelación, en la que el Dios eterno nos habla en su Verbo encarnado a través del velo de su existencia humana.

Se trata del tiempo que permanecerá para siempre como punto de referencia normativo: el tiempo del Evangelio. Todos los cristianos lo reconocen como el tiempo en el que comienza su fe.

Es el tiempo de una vida humana que ha cambiado todas las vidas humanas. La vida de Cristo fue más bien breve; pero su intensidad y su valor son incomparables. Nos encontramos ante la mayor riqueza para la historia de la humanidad. Riqueza inagotable, porque es la riqueza de la eternidad y de la divinidad.

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El tiempo del Evangelio abre la puerta a un profundo conocimiento de la persona de Cristo. A este propósito, podemos recordar las palabras del conmovedor reproche que hace Jesús a Felipe: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? » (Jn 14, 9). Jesús esperaba un conocimiento penetrante y lleno de amor por parte de quien, siendo apóstol, vivía en una relación muy estrecha con el Maestro y, precisamente por esta intimidad, hubiera debido comprender que en él se manifestaba el rostro del Padre. «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14, 9). El discípulo está llamado a descubrir en el rostro de Cristo, con la mirada de la fe, el rostro invisible del Padre.

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El Evangelio presenta el arco de la vida terrena de Cristo como tiempo de bodas. Es un tiempo para difundir la alegría. «¿Pueden acaso ayunar los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Mientras tengan consigo al novio no pueden ayunar» (Mc 2, 19). Jesús usa aquí una imagen sencilla y sugestiva. Él es el esposo que inaugura la fiesta de sus bodas, bodas del amor entre Dios y la humanidad. Él es el esposo que quiere comunicar su alegría. Los amigos del esposo son invitados a compartirla, participando en el banquete.

Sin embargo, precisamente en el mismo marco nupcial, Jesús anuncia el momento en el que ya no estará presente: «Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán» (Mc 2, 20): es una clara alusión a su sacrificio. Jesús sabe que a la alegría seguirá la tristeza. Sus discípulos entonces «ayunarán», o sea, sufrirán participando en su pasión.

La venida de Cristo a la tierra, con toda la alegría que conlleva para la humanidad, está relacionada indisolublemente con el sufrimiento. La fiesta nupcial está marcada por el drama de la cruz, pero culminará en la alegría pascual.

(de la Audiencia General de Juan Pablo II Miercoles 17 de diciembre de 1997)

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