Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

miércoles, 27 de marzo de 2024

El sacramento de la penitencia

 




El camino hacia el Padre implica también el redescubrimiento del sacramento de la penitencia en su significado profundo de encuentro con él, que perdona mediante Cristo en el espíritu (cf. Tertio millennio adveniente, 50).

Son varios los motivos por los que urge en la Iglesia una reflexión seria sobre este sacramento. Lo exige, ante todo, el anuncio del amor del Padre, como fundamento del vivir y el obrar cristiano, en el marco de la sociedad actual, donde a menudo se halla ofuscada la visión ética de la existencia humana. Si muchos han perdido la dimensión del bien y del mal, es porque han perdido el sentido de Dios, interpretando la culpa solamente según perspectivas psicológicas o sociológicas. En segundo lugar, la pastoral debe dar nuevo impulso a un itinerario de crecimiento en la fe que subraye el valor del espíritu y de la práctica penitencial en todo el arco de la vida cristiana.

(…)

En el sacramento de la reconciliación se realizan y hacen visibles mistéricamente esos valores fundamentales anunciados por la palabra de Dios. Ese sacramento vuelve a insertar al hombre en el marco salvífico de la alianza y lo abre de nuevo a la vida trinitaria, que es diálogo de gracia, comunicación de amor, don y acogida del Espíritu Santo.

Una relectura atenta del Ordo paenitentiae ayudará mucho a profundizar, con ocasión del jubileo, las dimensiones esenciales de este sacramento. La madurez de la vida eclesial depende, en gran parte, de su redescubrimiento. En efecto, el sacramento de la reconciliación no se limita al momento litúrgico-celebrativo, sino que lleva a vivir la actitud penitencial como dimensión permanente de la experiencia cristiana. Es «un acercamiento a la santidad de Dios, un nuevo encuentro de la propia verdad interior, turbada y trastornada por el pecado, una liberación en lo más profundo de sí mismo y, con ello, una recuperación de la alegría perdida, la alegría de ser salvados, que la mayoría de los hombres de nuestro tiempo ha dejado de gustar» (Reconciliatio et paenitentia, 31, III).

Para los contenidos doctrinales de este sacramento remito a la exhortación apostólica Reconciliatio et paenitentia (cf. nn. 28-34) y al Catecismo de la Iglesia católica (cf. nn. 1420-1484), así como a las demás intervenciones del Magisterio eclesial.

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En particular, deseo recordar a los pastores que sólo es buen confesor el que es auténtico penitente. Los sacerdotes saben que son depositarios de un poder que viene de lo alto: en efecto, el perdón que transmiten «es el signo eficaz de la intervención del Padre» (Reconciliatio et paenitentia, 31, III), que hace resucitar de la muerte espiritual. Por eso, viviendo con humildad y sencillez evangélica una dimensión tan esencial de su ministerio, los confesores no deben descuidar su propio perfeccionamiento y actualización, a fin de que no les falten nunca las cualidades humanas y espirituales, tan necesarias para la relación con las conciencias.

Pero, juntamente con los pastores, toda la comunidad cristiana debe participar en la renovación pastoral del sacramento de la reconciliación. Lo exige la «eclesialidad» propia del sacramento. La comunidad eclesial es el seno que acoge al pecador arrepentido y perdonado y, antes aún, crea el ambiente adecuado para un camino de vuelta al Padre. En una comunidad reconciliada y reconciliadora los pecadores pueden volver a encontrar la senda perdida y la ayuda de los hermanos. Y, por último, a través de la comunidad cristiana se puede trazar nuevamente un sólido camino de caridad que, mediante las buenas obras, haga visible el perdón recuperado, el mal reparado y la esperanza de poder encontrar de nuevo los brazos misericordiosos del Padre.

(de la Audiencia Generalde Juan Pablo II 15 de septiembre de 1999)

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