Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

martes, 31 de diciembre de 2024

Agradecer las gracias de Dios

 


“La gracia es una realidad interior. Es una pulsación misteriosa de la vida divina en las almas humanas. Es un ritmo interior de la intimidad de Dios con nosotros, y por lo tanto también de nuestra intimidad con Dios. Es la fuente de todo verdadero bien en nuestra vida. Y es el fundamento del bien que no pasa. Mediante la gracia vivimos ya en Dios, en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, aunque nuestra vida se desarrolle aún en este mundo. La gracia da valor sobrenatural a cada vida, aunque esta vida sea, humanamente y según los criterios de la temporalidad. muy pobre, no llamativa y difícil.

Es necesario, pues, agradecer hoy cada una de las gracias de Dios que ha sido comunicada a cualquier hombre: no sólo a cada uno de nosotros aquí presentes, sino a cada uno de nuestros hermanos y hermanas en todas las partes de la tierra.

De este modo nuestro himno de acción de gracias unido al último día del año, que está para acabar, se convertirá como en una gran síntesis. En esta síntesis estará presente toda la Iglesia, porque ella es, como nos enseña el Concilio, un sacramento de la salvación humana (cf. Constitución dogmática Lumen gentium, 1, 1).

Cristo, de cuya plenitud recibimos todos gracia sobre gracia, es precisamente el "Cristo de la Iglesia"; y la Iglesia es ese Cuerpo místico que reviste constantemente el Verbo Eterno nacido de la Virgen en el tiempo.”

 

(Juan Pablo II Acción de Gracias en la Iglesia  Del Gesù – 31 de diciembre de 1979)

 

Dos dimensiones del tiempo - Te deus laudamus - Cristo en el centro de la historia y del cosmos

 


“1. Te Deum laudamus! Así canta la Iglesia su gratitud a Dios, mientras se alegra aún por la Navidad del Señor. En la sugestiva celebración de esta tarde nuestra atención se centra en el encuentro ideal del año solar con el litúrgico, dos ciclos temporales que implican dos dimensiones del tiempo.

En la primera dimensión, los días, los meses y los años se suceden según un ritmo cósmico, en el que la mente humana reconoce la huella de la Sabiduría creadora de Dios. Por eso la Iglesia exclama: Te Deum laudamus!

2. La segunda dimensión del tiempo que la celebración de esta tarde nos manifiesta es la de la historia de la salvación. En su centro y cumbre está el misterio de Cristo. Nos lo acaba de recordar el apóstol san Pablo: "Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo" (Ga 4, 4). Cristo es el centro de la historia y del cosmos; es el nuevo Sol que surgió en el mundo "de lo alto" (cf. Lc 1, 78), un Sol que lo orienta todo hacia el fin último de la historia.

En estos días, entre Navidad y fin de año, estas dos dimensiones del tiempo se entrelazan con particular elocuencia. Es como si la eternidad de Dios viniera a visitar el tiempo del hombre. De este modo, el Eterno se hace "instante" presente, para que la repetición cíclica de los días y los años no acabe en el vacío del sin sentido.

3. Te Deum laudamus! Sí, te alabamos, Padre, Señor del cielo y de la tierra. Te damos gracias porque has enviado a tu Hijo, hecho Niño pequeño, para dar plenitud al tiempo. Así te ha complacido a ti (cf. Mt 11, 25-26). En él, tu Hijo unigénito, has abierto a la humanidad el camino de la salvación eterna.

Te elevamos nuestra solemne acción de gracias por los innumerables beneficios que nos has concedido a lo largo de este año. Te alabamos y te damos gracias juntamente con María, "que dio al mundo al autor de la vida" (Antífona de la liturgia).”


 

 

sábado, 28 de diciembre de 2024

La Navidad: tiempo de reflexión y de decisión

 



Y nos hemos arrodillado en adoración ante este Niño, que es el Verbo divino, hecho hombre por nuestra salvación: "En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios... Todo se hizo por Él... Y el Verbo se hizo carne, y puso su morada entre nosotros" (Jn 1, 1-3. 14).


 

La Navidad es, por consiguiente, un tiempo de reflexión que no puede menos de tener impacto en toda la vida. En efecto, con la Navidad comienza la nueva historia de la humanidad, historia en la que la salvación divina sale al encuentro del pecado del hombre.

 

Nuestro mundo está distraído por muchos intereses y atractivos; se halla desconcertado, a menudo decepcionado, preocupado, e incluso a veces angustiado, porque persisten amenazas, enfrentamientos y sufrimientos. En Navidad se siente la necesidad de revisar el sentido auténtico de la propia vida y afloran al espíritu las más elevadas aspiraciones a la solidaridad y a la paz.

 

En muchas personas queda, sin embargo, una sensación de perplejidad y de malestar espiritual ante el misterio de la Encarnación. Estarían dispuestas a aceptarlo "como una dulce y profunda alegoría, pero no como una verdad desnuda y cruda". Ya lo notaba Romano Guardini (El Señor, parte I, cap. III), el cual observaba: Es preciso "rodear este misterio, que es el misterio central del cristianismo, de vigilancia sosegada, temblorosa y suplicante; entonces, por fin, se nos revelara también su sentido. Y, mientras tanto, valga como consigna: Estas cosas las hace el Amor".

Con la ayuda de la gracia es necesario ponerse en la perspectiva del misterio y del amor para llegar a la certeza de la verdadera identidad del Niño nacido en Belén.

(…)

La reflexión que la Navidad suscita en los creyentes se convierte, por tanto también en momento de alegría íntima y profunda. Es la alegría que experimenta María por su maternidad divina (cf. Lc 1, 46-47); es la alegría que el ángel anuncia a los pastores de Belén en la noche santa; es la alegría de los Magos cuando vuelven a ver la estrella misteriosa de su viaje (cf. Mt 2, 10); y es, por último, la alegría que Jesús promete y da a los Apóstoles y a sus fieles, y que hará exclamar a san Pablo: "Estoy lleno de consuelo y sobreabundó de gozo en todas nuestras tribulaciones" (2 Co 7, 4).

En efecto, frente al misterio de la Encarnación se puede descubrir que la vida de cada persona y de todo el género humano tiene un significado que sobrepasa el tiempo y desemboca en la eternidad.

 Jesús el Verbo encarnado, al insertarse en la historia humana nos garantiza que en ella se hallan presentes Dios y su providencia su amor y su misericordia. Dios tiene un plan de salvación para todos y espera nuestra adhesión.

La Navidad, por lo tanto, se transforma también en momento de decisión…Con motivo de la crisis de la cultura moderna, los creyentes se encuentran ante tres grandes clases de personas en dificultad: "Quienes no creen todavía; quienes han nacido en el seno de pueblos cristianos considerados entre los más fieles, pero que hoy ya no creen; y quienes, aunque tienen el don de la fe, no son capaces de conformar su propia vida con el Evangelio" (Discurso en la Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino, 24 de noviembre de 1994, n. 3; cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 16 de diciembre de 1994, p. 8). Quiera Dios que la solemnidad de la Navidad impulse a todo bautizado a ser testigo intrépido de la fe cristiana, mediante la palabra y el ejemplo, la oración asidua y la caridad generosa hacia todos los hermanos, especialmente hacia los más necesitados.

 

(Juan Pablo II Audiencia General 28 de diciembre de 1994)

 

Navidad “Fiesta de la Luz”

 

La Navidad se llama también la “Fiesta de la Luz”, porque Jesús es la Verdad que nace en Belén para ser la “Luz” del mundo. San Pablo dice que “Él es imagen de Dios invisible”, que nos “libró del poder de las tinieblas (cf. Col 1, 13-15). El Concilio Vaticano II, por su parte, después de haber puesto de relieve que el hombre con sus dramáticos interrogantes “resulta para sí mismo un problema no resuelto, percibido con cierta oscuridad”, afirma que el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado... Cristo, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación” (Gaudium et spes, 21d y 22a).

Y es precisamente el mensaje de la Navidad el que arroja luz sobre el hecho temporal, pero también profundamente existencial, del final del año.

(…)

Nuestra vida se consume; nuestros años se van... Y ¿dónde? ¿Dónde va a parar este tiempo, que arrastra inexorablemente a la historia humana y la existencia personal de cada uno? Y aquí es donde la Navidad extiende ya su primera y maravillosa luz: La historia humana no es un laberinto absurdo y nuestra vida no va a parar a la muerte y a la nada. Jesús, con su divina e inefable Palabra, nos dice que Dios ha creado al hombre por amor y que espera de él, durante la existencia terrena, una respuesta de amor, para hacerlo partícipe después, más allá del tiempo, de su Amor eterno. Sabemos por la Sagrada Escritura que “no tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro” (Heb 13, 14). 

(…)

La luz de Belén ilumina también el paso al Año Nuevo. En efecto, a Belén ―como dice el Evangelista Juan― llegó “la luz verdadera que ilumina a todo hombre... Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia” (Jn 1, 9. 16). La Navidad nos exhorta y nos impele a tener confianza y valor para hacer el bien, para dar testimonio de la fe cristiana con la integridad de la doctrina y la coherencia de vida, para comprometernos en la labor de santificación personal, levantando siempre la mirada del tiempo hacia la eternidad: “¡Oh día luminosísimo de la eternidad ―exclama el autor de la Imitación de Cristo―, que la noche no puede oscurecer porque la suma Verdad lo hace siempre resplandecer: Día siempre alegre, siempre seguro y que nunca sufre cambios!” (L. III, cap. 48, n. 1).

¡Amadísimos! La luz de Navidad ilumine y acompañe a cada uno de vosotros en vuestro trabajo, en vuestros afanes, en la dedicación a vuestras familias, durante todo el Año Nuevo que vamos a comenzar,

 

(JuanPablo II Audiencia General 28 de diciembre de 1988)

viernes, 20 de diciembre de 2024

Última semana de Adviento: el tiempo de la invitación

 


“Todo el Adviento es un período de espera y preparación a la venida del Salvador. La última semana de Adviento podría llamarse el tiempo de la invitación. En estos días que preceden inmediatamente a Navidad, la Iglesia invita. Invita a través de toda su liturgia en la que ocupan puesto particular a lo largo de estos días, las llamadas "Antífonas mayores", unidas al canto del Magníficat durante las Vísperas. Son preciosas y, al mismo tiempo sencillas y profundas de contenido. La Antífona de hoy, última de este ciclo (en efecto mañana es la Vigilia), se dirige con estas palabras a Aquel que debe venir:


 "O Emmanuel, rex et Legifer noster, exspectatio gentium et salvator earum: veni ad salvandum nos, Domine Deus noster


".

"¡Oh Emmanuel, / nuestro Rey, Salvador de las naciones, / esperanza de los pueblos, / ven a libertarnos, Señor; no tardes ya! / Ven pronto, Señor. ¡Ven, Salvador!".

 

¡Emmanuel! Es la última invocación; la última palabra de estas Antífonas invitantes. Parece testimoniar que la invitación ha sido correspondida porque "Emmanuel" habla de que Dios está con nosotros. De modo que la última de estas grandes Antífonas de Adviento expresa la certeza de la venida del Señor. Habla ya de su presencia en medio de nosotros.

 

Si tenemos en cuenta las circunstancias del nacimiento de Dios, si recordamos que "no había sitio para ellos en el mesón" (Lc 2, 7), comprenderemos todavía mejor la invitación de la liturgia de Adviento y la expresaremos con paz interior muy profunda. Y con amor muy grande a Aquel que está a punto de llegar.”

 

(Juan Pablo II –Ángelus 23 de diciembre de 1979

 

jueves, 19 de diciembre de 2024

La fe de María a partir del gran misterio de la Anunciación.

 


«Chaîre kecharitomene, ho Kyrios meta sou»

 «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1, 28)…

(…)  Pero, ¿por qué se invita a María a alegrarse de este modo? La respuesta se encuentra en la segunda parte del saludo: «El Señor está contigo». También aquí para comprender bien el sentido de la expresión, debemos recurrir al Antiguo Testamento. En el Libro de Sofonías encontramos esta expresión «Alégrate, hija de Sión... El Rey de Israel, el Señor, está en medio de ti... El Señor tu Dios está en medio de ti, valiente y salvador» (3, 14-17). En estas palabras hay una doble promesa hecha a Israel, a la hija de Sión: Dios vendrá como salvador y establecerá su morada precisamente en medio de su pueblo, en el seno de la hija de Sión. En el diálogo entre el ángel y María se realiza exactamente esta promesa: María se identifica con el pueblo al que Dios tomó como esposa, es realmente la Hija de Sión en persona; en ella se cumple la espera de la venida definitiva de Dios, en ella establece su morada el Dios viviente.

En el saludo del ángel, se llama a María «llena de gracia»; en griego el término «gracia», charis, tiene la misma raíz lingüística de la palabra «alegría». También en esta expresión se clarifica ulteriormente la fuente de la alegría de María: la alegría proviene de la gracia; es decir, proviene de la comunión con Dios, del tener una conexión vital con Él, del ser morada del Espíritu Santo, totalmente plasmada por la acción de Dios. María es la criatura que de modo único ha abierto de par en par la puerta a su Creador, se puso en sus manos, sin límites. Ella vive totalmente de la y en relación con el Señor; está en actitud de escucha, atenta a captar los signos de Dios en el camino de su pueblo; está inserta en una historia de fe y de esperanza en las promesas de Dios, que constituye el tejido de su existencia. Y se somete libremente a la palabra recibida, a la voluntad divina en la obediencia de la fe.

El evangelista Lucas narra la vicisitud de María a través de un fino paralelismo con la vicisitud de Abrahán. Como el gran Patriarca es el padre de los creyentes, que ha respondido a la llamada de Dios para que saliera de la tierra donde vivía, de sus seguridades, a fin de comenzar el camino hacia una tierra desconocida y que poseía sólo en la promesa divina, igual María se abandona con plena confianza en la palabra que le anuncia el mensajero de Dios y se convierte en modelo y madre de todos los creyentes.

 (De la Audiencia General del Papa Benedicto XVI del 19 de diciembre de 2012)

viernes, 6 de diciembre de 2024

"Yo soy la Inmaculada Concepción".

 


Era el año que se celebraba el 150º Aniversario de la definición solemne del dogma proclamado el 8 de diciembre de 1984 por Pío IX "Ineffabilis Deus"sobre la Inmaculada Concepciòn.


Era la última peregrinación del Siervo de Dios Juan Pablo II a la gruta de Massabielle
Su última celebración de la solemnidad de la Inmaculada entre nosotros y desde Lourdes, en la  homilia de la Santa Misa nos recordaba:
  

Hoy la Iglesia celebra la gloriosa Asunción de María al cielo en cuerpo y alma.

Los dogmas de la Inmaculada Concepción y la Asunción están íntimamente unidos entre sí. Ambos proclaman la gloria de Cristo Redentor y la santidad de María, cuyo destino humano ya desde ahora está perfecta y definitivamente realizado en Dios. "Cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros", nos ha dicho Jesús (Jn 14, 3).

María es la prenda del cumplimiento de la promesa de Cristo. Su Asunción se convierte así, para nosotros, en "signo de esperanza segura y de consuelo" (cf.  Lumen Gentium, 68)

 Y, como siempre, tenia palabras para todos:

“La Virgen Inmaculada nos habla también a nosotros... Escuchémosla. Escuchad ante todo vosotros, jóvenes, que buscáis una respuesta capaz de dar sentido a vuestra vida. Aquí la podéis encontrar. Es una respuesta exigente, pero es la única respuesta que vale. En ella reside el secreto de la alegría verdadera y de la paz.

Desde esta gruta os hago una llamada especial a vosotras, las mujeres. Al aparecerse en la gruta, María encomendó su mensaje a una muchacha, como para subrayar la misión peculiar que corresponde a la mujer en nuestro tiempo, tentado por el materialismo y la secularización: ser en la sociedad de hoy testigo de los valores esenciales que sólo se perciben con los ojos del corazón. A vosotras, las mujeres, corresponde ser centinelas del Invisible.

 A todos vosotros, queridos hermanos y hermanas, os dirijo un apremiante llamamiento para que hagáis todo cuanto esté a vuestro alcance a fin de que la vida, toda vida, sea respetada desde la concepción hasta su término natural. La vida es un don sagrado, del que nadie puede hacerse dueño.

La Virgen de Lourdes tiene, por último, un mensaje para todos.

Es este: sed mujeres y hombres libres. Pero recordad: la libertad humana es una libertad marcada por el pecado. Ella misma necesita también ser liberada. Cristo es su liberador, pues "para ser libres nos ha liberado" (Ga 5, 1). Defended vuestra libertad. Sabemos que para esto podemos contar con Aquella que, al no haber cedido jamás al pecado, es la única criatura perfectamente libre. A ella os encomiendo.

 

Caminad con María por las sendas de la plena realización de vuestra humanidad.”

Segundo Domingo de Adviento

 


«Preparad el camino del Señor, allanad su senderos. Todos verán la salvación de Dios» (Aleluya; cf. Lc 3, 4. 6).

“El eco de la predicación de Juan Bautista, la «voz que grita en el desierto» (Lc 3, 4; cf. Is 40, 3), llega hasta nosotros en este segundo domingo de Adviento. Él, que es el Precursor, el que recibió la misión de preparar al pueblo elegido para la venida del Salvador prometido, sigue invitándonos también hoy a la conversión, para salir al encuentro del Señor que viene.

«Revístete de las galas perpetuas de la gloria que Dios te da» (Ba 5, 1). Con esta exhortación, en la época del exilio babilónico, el profeta Baruc invitaba a sus compatriotas a recorrer el sendero de la santidad. Y ahora nos impulsa también a nosotros a tender siempre a la santidad, para salir al encuentro, del Señor que viene, con las buenas obras. En efecto, para este fin estamos llamados a rebajar «todos los montes elevados, todas las colinas encumbradas» y a «llenar los barrancos» (Ba 5, 7).

Es lo mismo que nos recomienda el profeta Isaías, cuyas palabras san Lucas refiere a la misión del Bautista. Nos exhortan a enderezar los senderos de la injusticia y allanar los lugares escabrosos de la mentira, a rebajar los montes del orgullo y llenar los barrancos de la duda y del desaliento (cf. Lc 3, 4-5).

(de la homilía de Juan Pablo II en su visita a la parroquia romana de Santo Domingo Savio el domingo 7 de diciembre de 1997)

 

Adviento: el sentido de una presencia

 


“…el apóstol san Pablo nos invita a preparar la "venida de nuestro Señor Jesucristo" (1 Ts 5, 23) conservándonos sin mancha, con la gracia de Dios. San Pablo usa precisamente la palabra "venida", parousia, en latín adventus, de donde viene el término Adviento.
"presencia", "llegada", "venida” "visita"…
“El Adviento, este tiempo litúrgico fuerte …nos invita a detenernos, en silencio, para captar una presencia…”


[…]


“En la vida, el hombre está constantemente a la espera: cuando es niño quiere crecer; cuando es adulto busca la realización y el éxito; cuando es de edad avanzada aspira al merecido descanso. Pero llega el momento en que descubre que ha esperado demasiado poco si, fuera de la profesión o de la posición social, no le queda nada más que esperar. La esperanza marca el camino de la humanidad, pero para los cristianos está animada por una certeza: el Señor está presente a lo largo de nuestra vida, nos acompaña y un día enjugará también nuestras lágrimas. Un día, no lejano, todo encontrará su cumplimiento en el reino de Dios, reino de justicia y de paz.


Existen maneras muy distintas de esperar. Si el tiempo no está lleno de un presente cargado de sentido, la espera puede resultar insoportable; si se espera algo, pero en este momento no hay nada, es decir, si el presente está vacío, cada instante que pasa parece exageradamente largo, y la espera se transforma en un peso demasiado grande, porque el futuro es del todo incierto. En cambio, cuando el tiempo está cargado de sentido, y en cada instante percibimos algo específico y positivo, entonces la alegría de la espera hace más valioso el presente… vivamos intensamente el presente, donde ya nos alcanzan los dones del Señor, vivámoslo proyectados hacia el futuro, un futuro lleno de esperanza. De este modo, el Adviento cristiano es una ocasión para despertar de nuevo en nosotros el sentido verdadero de la espera, volviendo al corazón de nuestra fe, que es el misterio de Cristo, el Mesías esperado durante muchos siglos y que nació en la pobreza de Belén. Al venir entre nosotros, nos trajo y sigue ofreciéndonos el don de su amor y de su salvación. Presente entre nosotros, nos habla de muchas maneras: en la Sagrada Escritura, en el año litúrgico, en los santos, en los acontecimientos de la vida cotidiana, en toda la creación, que cambia de aspecto si detrás de ella se encuentra él o si está ofuscada por la niebla de un origen y un futuro inciertos.”

 (de la homilia del Papa Benedicto XVI para las primeras vísperas de Adviento noviembre 2009)