Da la impresión de que
muchos consideran que Dios es ajeno a sus intereses. Aparentemente no tienen
necesidad de él, viven como si no existiera y, peor aún, como si fuera un
"obstáculo" que hay que quitar para poder realizarse. Seguramente
también entre los creyentes algunos se dejan atraer por seductoras quimeras y
desviar por doctrinas engañosas que proponen atajos ilusorios para alcanzar la
felicidad.
Sin embargo, a pesar de
sus contradicciones, angustias y dramas, y quizá precisamente por ellos, la
humanidad de hoy busca un camino de renovación, de salvación; busca un Salvador
y espera, a veces sin saberlo, la venida del Señor que renueva el mundo y
nuestra vida, la venida de Cristo, el único Redentor verdadero del hombre y de
todo el hombre. Ciertamente, falsos profetas siguen proponiendo una salvación
"barata", que acaba siempre por provocar fuertes decepciones.
Precisamente la historia
de los últimos años demuestra esta búsqueda de un Salvador "barato" y
pone de manifiesto todas las decepciones que se han derivado de ello. Los
cristianos tenemos la misión de difundir, con el testimonio de la vida, la
verdad de la Navidad, que Cristo trae a todo hombre y mujer de buena voluntad.
Al nacer en la pobreza del pesebre, Jesús viene a ofrecer a todos la única
alegría y la única paz que pueden colmar las expectativas del alma humana.
Pero, ¿cómo prepararnos
para abrir el corazón al Señor que viene? La actitud espiritual de la espera
vigilante y orante sigue siendo la característica fundamental del cristiano en
este tiempo de Adviento. Es la actitud que adoptaron los protagonistas de
entonces: Zacarías e Isabel, los pastores, los Magos, el pueblo sencillo
y humilde, pero, sobre todo, la espera de María y de José. Estos últimos, más
que nadie, experimentaron personalmente la emoción y la trepidación por el Niño
que debía nacer. No es difícil imaginar cómo pasaron los últimos días,
esperando abrazar al recién nacido entre sus brazos. Hagamos nuestra su
actitud, queridos hermanos y hermanas.
Escuchemos, a este
respecto, la exhortación de san Máximo, obispo de Turín…: "Mientras
nos preparamos a acoger la Navidad del Señor, revistámonos con vestidos limpios,
sin mancha. Hablo de la vestidura del alma, no del cuerpo. No tenemos que
vestirnos con vestiduras de seda, sino con obras santas. Los vestidos lujosos
pueden cubrir los miembros del cuerpo, pero no adornan la conciencia" (ib.).
Que el Niño Jesús, al
nacer entre nosotros, no nos encuentre distraídos o dedicados simplemente a
decorar con luces nuestra casa. Más bien, preparemos en nuestra alma y en
nuestra familia una digna morada en la que él se sienta acogido con fe y amor.
Que nos ayuden la Virgen y san José a vivir el misterio de la Navidad con nuevo
asombro y serenidad tranquilizante.
(Benedicto XVI de laAudiencia General 20 de diciembre de 2006)
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