La liturgia del IV
domingo de Pascua nos presenta uno de los iconos más bellos que, desde los
primeros siglos de la Iglesia, han representado al Señor Jesús: el del buen
Pastor. El Evangelio de san Juan, en el capítulo décimo, nos describe los
rasgos peculiares de la relación entre Cristo pastor y su rebaño, una relación tan
íntima que nadie podrá jamás arrebatar las ovejas de su mano. De hecho, están
unidas a él por un vínculo de amor y de conocimiento recíproco, que les
garantiza el don inconmensurable de la vida eterna. Al mismo tiempo, el
Evangelista presenta la actitud del rebaño hacia el buen Pastor, Cristo, con
dos verbos específicos: escuchar y seguir. Estos términos designan las
características fundamentales de quienes viven el seguimiento del Señor. Ante
todo la escucha de su Palabra, de la que nace y se alimenta la
fe. Sólo quien está atento a la voz del Señor es capaz de evaluar en su propia
conciencia las decisiones correctas para obrar según Dios. De la escucha
deriva, luego, el seguir a Jesús: se actúa como discípulos
después de haber escuchado y acogido interiormente las enseñanzas del Maestro,
para vivirlas cada día.
En este domingo surge
espontáneamente recordar a Dios a los pastores de la Iglesia y a quienes se
están formando para ser pastores. Os invito, por tanto, a una oración especial
por los obispos —incluido el Obispo de Roma—, por los párrocos, por todos
aquellos que tienen responsabilidades en la guía del rebaño de Cristo, para que
sean fieles y sabios al desempeñar su ministerio. En particular, recemos por
las vocaciones al sacerdocio en esta Jornada mundial de oración por las
vocaciones, para que no falten nunca obreros válidos en la mies del Señor. Hace
setenta años, el venerable Pío XII instituyó la Obra pontificia para las
vocaciones sacerdotales. La feliz intuición de mi predecesor se fundaba en la
convicción de que las vocaciones crecen y maduran en las Iglesias particulares,
ayudadas por ambientes familiares sanos y robustecidos por espíritu de fe, de
caridad y de piedad. En el mensaje que envié para esta Jornada mundial subrayé que una vocación se realiza cuando se sale «de su
propia voluntad cerrada en sí misma, de su idea de autorrealización, para
sumergirse en otra voluntad, la de Dios, y dejarse guiar por ella» (L’Osservatore
Romano, edición en lengua española, 13 de febrero de 2011, p. 4).
También en este tiempo, en el que la voz del Señor corre el riesgo de verse
ahogada por muchas otras voces, cada comunidad eclesial está llamada a promover
y cuidar las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. En efecto, los
hombres siempre tienen necesidad de Dios, también en nuestro mundo tecnológico,
y siempre habrá necesidad de pastores que anuncien su Palabra y que ayuden a
encontrar al Señor en los sacramentos.
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