Queremos… desarrollar
algunas líneas directrices que consideramos de capital importancia y que, por
eso —como nos proponemos y; con la ayuda del Señor, esperamos— no sólo las
tendremos en cuenta y adoptaremos, sino que también las impulsaremos
constantemente para que, en la vida real de la Iglesia, se responda a ellas.
Ante todo queremos insistir en la permanente
importancia del Concilio Ecuménico Vaticano II, y aceptamos el deber ineludible
de llevarlo cuidadosamente a la práctica.
¿No es acaso este Concilio universal como una
piedra miliar, o un acontecimiento del máximo peso, en la historia bimilenaria
de la Iglesia, y consiguientemente, en la historia religiosa del mundo y del
desarrollo humano?
Ahora bien, el Concilio, igual que no termina en
sus documentos, tampoco se concluye en las aplicaciones que se han realizado en
estos años. Por eso juzgamos que nuestro primer deber es promover, con la mayor
diligencia, la ejecución de los decretos y normas directivas del mismo. Y esto
lo haremos, desde luego, con una acción a la vez prudente y estimulante,
procurando sobre todo que se logre antes que nada una adecuada mentalización: es
decir, es necesario, en primer lugar, hacer que los espíritus sintonicen con el
Concilio, para poder llevar luego a la práctica cuanto él dijo, y poder
explicitar todo lo que en él se esconde, o —como suele decirse— se encuentra
implícito en él, teniendo en cuenta las experiencias realizadas y las
exigencias de las nuevas circunstancias.
Para decirlo brevemente, urge hacer madurar, con
el estilo propio de lo que se mueve y vive, las fecundas semillas que los
padres del Concilio Ecuménico, alimentados con la Palabra de Dios, sembraron en
tierra buena (cf. Mt 13, 8. 23); es decir, los importantes
documentos y las deliberaciones pastorales.
Este propósito general de fidelidad al Concilio
Vaticano II y esta expresa voluntad, por parte nuestra, de aplicarlo, puede
comprender varios sectores: el campo misional y ecuménico, la disciplina y
organización; pero hay un sector en el que habrán de volcarse los mejores
cuidados, a saber, el de la eclesiología.
Es necesario, venerables hermanos y amados hijos
del orbe católico, que tomemos de nuevo en las manos la "gran carta"
del Concilio, es decir, la Constitución Dogmática Lumen gentium para que meditemos con
renovado y reforzado afán sobre la naturaleza y misión de la Iglesia. Sobre su
modo de existir y actuar; y esto habrá que hacerlo no sólo para lograr aquella
comunión de vida en Cristo de todos los que en él creen y esperan, sino también
para contribuir a hacer más amplia y estrecha la unidad de toda la familia
humana.
(Juan Pablo II en suprimer mensaje a la Iglesia y al mundo martes 17 de octubre de 1978)
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