Queridos hermanos y hermanas:
En estos días, con mi primer viaje apostólico, realizado durante
el Año jubilar, he deseado hacerme peregrino de esperanza en Medio Oriente,
implorando a Dios el don de la paz para esta amada tierra, marcada por la
inestabilidad, las guerras y el dolor.
Queridos cristianos del Levante, cuando los resultados de sus
esfuerzos de paz tardan en llegar, los invito a alzar la mirada al Señor que
viene. Contemplémoslo con esperanza y valentía, invitando a todos a recorrer el
camino de la convivencia, la fraternidad y la paz. ¡Sean constructores de paz,
anunciadores de paz, testigos de paz!
Oriente Medio necesita actitudes nuevas, para rechazar la lógica de la venganza y la violencia, para superar las divisiones políticas, sociales y religiosas, para abrir capítulos nuevos bajo el signo de la reconciliación y la paz. La vía de la hostilidad mutua y de la destrucción en el horror de la guerra ha ido demasiado lejos, con los deplorables resultados que están a la vista de todos. Necesitamos cambiar de camino, necesitamos educar el corazón para la paz.
Desde esta plaza, rezo por todos los pueblos que sufren a causa de la guerra. Rezo también por Guinea-Bisáu, deseando una solución pacífica de las controversias políticas. Y no olvido a las víctimas del incendio en Hong Kong, así como a sus queridas familias.
Y ruego especialmente por el amado Líbano. Pido nuevamente a la
comunidad internacional que no se escatimen esfuerzos para promover procesos de
diálogo y reconciliación. Dirijo un apremiante llamamiento a cuantos están
investidos de autoridad política y social, aquí y en todos los países marcados
por guerras y violencia: ¡escuchen el clamor de sus pueblos que invocan la paz!
Pongámonos todos al servicio de la vida, del bien común y del desarrollo
integral de las personas.
Finalmente, a ustedes, cristianos del Levante, ciudadanos de estas
tierras por derecho propio, les repito: ¡ánimo! Toda la Iglesia los mira con
afecto y admiración. Que la Bienaventurada Virgen María, Nuestra Señora de
Harissa, los proteja siempre.
Llamamiento del Santo Padre Leon XIV al finalizar la Santa Misa en Beirut


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