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Wikipedia - Botticelli
«Vino a
los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron […]
les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios» (Jn 1,11-12).
Este es el modo paradójico en el que la paz está ya entre nosotros: el don de
Dios es fascinante, busca acogida y mueve a la entrega. Nos sorprende porque
nos expone al rechazo, nos atrae porque nos arrebata de la indiferencia. Llegar
a ser hijos de Dios es un verdadero poder; un poder que queda enterrado
mientras permanecemos indiferentes al llanto de los niños y a la fragilidad de
los ancianos, al silencio impotente de las víctimas y a la melancolía resignada
del que hace el mal que no quiere.
(…)
Cuando la
fragilidad de los demás nos atraviesa el corazón, cuando el dolor ajeno hace
añicos nuestras sólidas certezas, entonces ya comienza la paz. La paz de Dios
nace de un sollozo acogido, de un llanto escuchado; nace entre ruinas que
claman una nueva solidaridad, nace de sueños y visiones que, como profecías,
invierten el curso de la historia. Sí, todo esto existe, porque Jesús es el Logos, el sentido a partir del cual todo ha
sido formado. «Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella
no se hizo nada de lo que existe» (Jn 1,3).
Este misterio nos interpela desde los pesebres que hemos construido, nos abre
los ojos a un mundo donde la Palabra todavía resuena, «en muchas ocasiones y de
diversas maneras» (cf. Hb 1,1),
y nos sigue llamando a la conversión.
Ciertamente, el
Evangelio no esconde la resistencia de las tinieblas a la luz, describe el
camino de la Palabra de Dios como un trayecto escabroso, diseminado de
obstáculos. Hasta hoy, los auténticos mensajeros de paz siguen al Verbo por
este camino, que finalmente alcanza los corazones; corazones inquietos, que a
menudo desean precisamente aquello a lo que se resisten. De ese modo, la
Navidad vuelve a motivar a una Iglesia misionera, impulsándola sobre vías que
la Palabra de Dios le ha trazado.
(…)
Este es el camino de la misión: un camino
hacia el otro. En Dios cada palabra es palabra pronunciada, es una invitación
al diálogo, una palabra nunca igual a sí misma. Es la renovación que el
Concilio Vaticano II ha promovido y que veremos florecer sólo si caminamos
juntos con toda la humanidad, sin separarnos nunca de ella. Mundano es lo
contrario: tener por centro a uno mismo. El movimiento de la Encarnación es un
dinamismo de diálogo. Habrá paz cuando nuestros monólogos se interrumpan y,
fecundados por la escucha, caigamos de rodillas ante la carne desnuda de los
demás. La Virgen María es precisamente en esto la Madre de la Iglesia, la
Estrella de la evangelización, la Reina de la paz. En ella comprendemos que
nada nace del exhibicionismo de la fuerza y todo renace del silencioso poder de
la vida acogida.
(De laHomilia del Santo Padre Leon XIV – 25 de diciembre 2025 – Solemnidad de laNatividad del Señor)


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