La Navidad
es una oportunidad privilegiada para meditar en el sentido y en el valor de
nuestra existencia. La proximidad de esta solemnidad nos ayuda a reflexionar,
por una parte, en el dramatismo de la historia en la que los hombres, heridos
por el pecado, buscan permanentemente la felicidad y el sentido pleno de la
vida y de la muerte; y, por otra, nos exhorta a meditar en la bondad
misericordiosa de Dios, que ha salido al encuentro del hombre para comunicarle
directamente la Verdad que salva y para hacerlo partícipe de su amistad y de su
vida.
Preparémonos,
por tanto, para la Navidad con humildad y sencillez, disponiéndonos a recibir
el don de la luz, la alegría y la paz que irradian de este misterio. Acojamos
el Nacimiento de Cristo como un acontecimiento capaz de renovar hoy nuestra
vida. Que el encuentro con el Niño Jesús nos haga personas que no piensen sólo
en sí mismas, sino que se abran a las expectativas y necesidades de los
hermanos. De esta forma nos convertiremos también nosotros en testigos de la
luz que la Navidad irradia sobre la humanidad del tercer milenio.
Pidamos a María
santísima, tabernáculo del Verbo encarnado, y a san José, testigo silencioso de
los acontecimientos de la salvación, que nos comuniquen los sentimientos que
ellos tenían mientras esperaban el nacimiento de Jesús, de modo que podamos
prepararnos para celebrar santamente la próxima Navidad, en el gozo de la fe y
animados por el compromiso de una conversión sincera.
(de laAudiencia General del Papa Benedicto XVI el 17 de diciembre de 2008)

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