Matura - terminada la escuela secundaria, Wadowice 1938
Es el Papa, el primer Papa después de dos mil años, que entra en una Sinagoga, cumpliendo así un gesto histórico de reparación y solidaridad hacia los «hermanos mayores». Es el Papa que pronuncia las palabras más fuertes, y en cierto aspecto, debemos decir, palabras definitivas, sobre el Holocausto, la exterminación del pueblo judío, y las crecientes formas de anti-semitismo «pecado contra Dios y contra el hombre». El Papa, que sancionó, también en el ambiente diplomático, la relación que existió durante un tiempo entre la Santa Sede y el Estado de Israel.
Pero sobre todo, es el Papa que mas hizo por la “purificación” de la enseñanza católica sobre el Judaísmo y los judíos. El Papa, que denuncio la tentación recurrente de separar, de hecho de poner en oposición Nuevo y Antiguo Testamento. Y en cambio, recordó que Jesús se hizo «autentico hijo de Israel, profundamente enraizado en la larga historia de su pueblo». Y por lo tanto, el cristiano, convencido de ello, no puede ya «aceptar que los Judíos, en cuanto a que son Judíos, sean despreciados o lo que es aun peor, menoscabados».
Pero puede todo esto, y aquello a lo cual Juan Pablo II le dio impulso decisivo en cuanto al proceso de acercamiento, y por lo tanto entendimiento reciproco, y por la colaboración entre católicos y judíos, o sea puede todo esto explicarse sencillamente como una evolución consecuente del Concilio Vaticano? Es como un paso, una obligación que sigue a la declaración Nostra Aetate, que había dado por terminada la acusación de deicidio, y repudiado la «enseñanza de desprecio» secular, y en cambio recordado y vuelto a proponer el «lazo espiritual» que une indeleblemente el cristianismo y el judaísmo.
En Cruzando el Umbral de la Esperanza el Papa escribe: «Detrás de las palabras de la Declaración del Concilio hay esperanza para muchos hombres, tanto judíos como cristianos. Además está mi experiencia personal de la primera etapa de mi vida en mi pueblo natal» Y resaltamos: por lo tanto debe significar algo – en el plano providencial y no solamente en el plano de las coincidencias – que el autor del giro de este dialogo de la Iglesia Católica con los hermanos de Israel fuese un Papa para quien la convivencia en su infancia y adolescencia con los judíos fuera parte de su vida diaria.
Wadowice, donde Karol Wojtyla nació y vivió hasta los 18 años de edad, era una ciudad de 10.000 habitantes de los cuales 3.000 eran judíos. Y vivían, católicos y judíos serenamente sin conflictos. Karol vivía en una casa, cuyo dueño , Balamut, era judío. Judía también era Ginka Beer, algo mayor que el, que vivía en el piso de arriba y quien introdujo a Karol al teatro. Muchos de sus amigos de la escuela también eran judíos. Jerzy Kluger, gran amigo de toda la vida y Zygmunt Selinger, Leopold Zweig: y Poldek Goldberger, que - al igual que Wojtyla - hacia de arquero, cuando jugaban al fútbol.
Así, que el futuro Papa conoció el Judaísmo por dentro. A través de la amistad diaria en total estima y tolerancia reciproca. Conociendo a mucha gente. Pero también a nivel religioso y espiritual. En la parroquia durante los servicios vespertinos, siempre le llamo la atención el Salmo 147 aquel de la invitación a Jerusalén a glorificar al Señor porque reforzó los cerrojos de sus puertas y bendijo a sus niños. Muchos años mas tarde, el Papa recordaría: «ambos grupos religiosos, católicos y judíos creo que estaban unidos por la conciencia de rezar al mismo Dios. No obstante la diferencia de la lengua, las oraciones en la Iglesia y en la Sinagoga se basaban en gran manera en los mismos textos »
Pero sobre todo, es el Papa que mas hizo por la “purificación” de la enseñanza católica sobre el Judaísmo y los judíos. El Papa, que denuncio la tentación recurrente de separar, de hecho de poner en oposición Nuevo y Antiguo Testamento. Y en cambio, recordó que Jesús se hizo «autentico hijo de Israel, profundamente enraizado en la larga historia de su pueblo». Y por lo tanto, el cristiano, convencido de ello, no puede ya «aceptar que los Judíos, en cuanto a que son Judíos, sean despreciados o lo que es aun peor, menoscabados».
Pero puede todo esto, y aquello a lo cual Juan Pablo II le dio impulso decisivo en cuanto al proceso de acercamiento, y por lo tanto entendimiento reciproco, y por la colaboración entre católicos y judíos, o sea puede todo esto explicarse sencillamente como una evolución consecuente del Concilio Vaticano? Es como un paso, una obligación que sigue a la declaración Nostra Aetate, que había dado por terminada la acusación de deicidio, y repudiado la «enseñanza de desprecio» secular, y en cambio recordado y vuelto a proponer el «lazo espiritual» que une indeleblemente el cristianismo y el judaísmo.
En Cruzando el Umbral de la Esperanza el Papa escribe: «Detrás de las palabras de la Declaración del Concilio hay esperanza para muchos hombres, tanto judíos como cristianos. Además está mi experiencia personal de la primera etapa de mi vida en mi pueblo natal» Y resaltamos: por lo tanto debe significar algo – en el plano providencial y no solamente en el plano de las coincidencias – que el autor del giro de este dialogo de la Iglesia Católica con los hermanos de Israel fuese un Papa para quien la convivencia en su infancia y adolescencia con los judíos fuera parte de su vida diaria.
Wadowice, donde Karol Wojtyla nació y vivió hasta los 18 años de edad, era una ciudad de 10.000 habitantes de los cuales 3.000 eran judíos. Y vivían, católicos y judíos serenamente sin conflictos. Karol vivía en una casa, cuyo dueño , Balamut, era judío. Judía también era Ginka Beer, algo mayor que el, que vivía en el piso de arriba y quien introdujo a Karol al teatro. Muchos de sus amigos de la escuela también eran judíos. Jerzy Kluger, gran amigo de toda la vida y Zygmunt Selinger, Leopold Zweig: y Poldek Goldberger, que - al igual que Wojtyla - hacia de arquero, cuando jugaban al fútbol.
Así, que el futuro Papa conoció el Judaísmo por dentro. A través de la amistad diaria en total estima y tolerancia reciproca. Conociendo a mucha gente. Pero también a nivel religioso y espiritual. En la parroquia durante los servicios vespertinos, siempre le llamo la atención el Salmo 147 aquel de la invitación a Jerusalén a glorificar al Señor porque reforzó los cerrojos de sus puertas y bendijo a sus niños. Muchos años mas tarde, el Papa recordaría: «ambos grupos religiosos, católicos y judíos creo que estaban unidos por la conciencia de rezar al mismo Dios. No obstante la diferencia de la lengua, las oraciones en la Iglesia y en la Sinagoga se basaban en gran manera en los mismos textos »
Hay un segundo aspecto para explicar lo que llamamos las «raíces» judías de Karol Wojtyua. Y es a la luz de su primera historia personal, particularmente de sus primeros años. Es haber vivido cerca, aun sin haber podido conocer la verdadera realidad y las verdaderas dimensiones de la gran tragedia del pueblo judío, el Holocausto. En el origen de todo radicaba el horrible plan de Hitler. La «solución final» como fue llamado el plan para hacer desaparecer, a la nada, la raza judía sobre el entero continente europeo.
El Papa recuerda, en Cruzando el umbral de la esperanza, «Luego vino la Segunda Guerra Mundial, con los campos de concentración y
el exterminio programado. En primer lugar, lo sufrieron precisamente los hijos de la nación hebrea, solamente porque eran judíos. Quien viviera entonces en Polonia tenía, aunque sólo fuera indirectamente, contacto con esa realidad. Ésta fue, por tanto, también mi experiencia personal, una experiencia que he llevado dentro de mí hasta hoy»
Karol Wojtyla – quien en la hecatombe perdiera muchos amigos judíos – conocía por lo tanto directamente, en primera persona, hasta que punto puede llegar el odio, el desprecio por el hombre, en nombre de una ideología fanática y homicida. Conoció los abismos de la injusticia, la violencia de la opresión de todo un pueblo. Y esto puede explicar muchas cosas sobre un Papa que dedico su primera encíclica Redemptor Hominis a la causa del hombre, a su dignidad, a las amenazas contra el, a sus inalienables derechos. Un papa que, durante su primer viaje a Polonia, en junio de 1979, cuando llego a Auschwitz sintió la necesidad de decir «No podía dejar de venir aquí».
Solo un Papa como el, hijo de una nacion que también había vivenciado trágicamente la barbarie de la guerra y los campos de exterminación nazi, y quien de hecho estuviera unido al martirio del pueblo judío, a aquellos seis millones de muertos, solo un Papa como el, hablando del Holocausto, a los representantes de la Comunidad Judía polaca, en Varsovia podía decir que el tuvo «una particular relación con todo ello», porque junto a ellos «en cierto sentido» había «vivido todo, en esta tierra».
Solo un Papa como el, en cuya memoria de la historia, en el legado cultural de su Nacion, encontró inspiración para pronunciar palabras nuevas sobre el Judaísmo, palabras profundamente diferentes de aquellas dichas durante siglos por la Iglesia Católica, solo un Papa como el pudo haber escrito en los siguientes términos a los «amados hermanos judíos» con ocasión del 50 aniversario de la insurrección del ghetto de Varsovia: «Como podría no estar cerca de ustedes, para recordar en oración y en mediación tan doloroso aniversario? Quero que sepan que no están solos al cargar con el castigo de esta penosa memoria».
Por lo tanto, nadie quiere olvidar la historia que ha pasado. Pero no permitamos que el peso de esta historia impida el desarrollo del dialogo, y especialmente en encarar y resolver a nivel cultural pero ante todo en el plano religioso las «desacuerdos» mas sensibles que aun permanecen. Y ellos son por parte de los judíos, la presunción, tan difícil de quitar de la memoria colectiva, que de alguna manera fue el Cristianismo el que origino muchas de las tragedias que han debido soportar. Y por otro lado, el trauma del mundo cristiano, dividido entre las persecuciones de no haber tenido responsabilidad directa en el Holocausto y en la dramática admisión, hecha por el Episcopado Alemán y ahora por el francés, de no haber estado del lado del pueblo judío en el momento de su martirio.
Y por eso es que – como sostiene Juan Pablo II – ha llegado el momento para que judíos y cristianos redescubran y hagan fructificar su patrimonio espiritual común. Para poder caminar juntos. Y colaborar en defensa de los derechos del hombre por la justicia social y la paz. Y así ser capaces, día a día, de vivenciar lo que significa ser hermanos, miembros de una familia. Testimoniando, finalmente reconciliados, la misma esperanza a la espera del «Dios que viene».
Traducido de Tertium Millenium Nr 5 noviembre 1997 – Dossier: “Raíces del antijudaísmo en ambiente católico”
Solo un Papa como el, en cuya memoria de la historia, en el legado cultural de su Nacion, encontró inspiración para pronunciar palabras nuevas sobre el Judaísmo, palabras profundamente diferentes de aquellas dichas durante siglos por la Iglesia Católica, solo un Papa como el pudo haber escrito en los siguientes términos a los «amados hermanos judíos» con ocasión del 50 aniversario de la insurrección del ghetto de Varsovia: «Como podría no estar cerca de ustedes, para recordar en oración y en mediación tan doloroso aniversario? Quero que sepan que no están solos al cargar con el castigo de esta penosa memoria».
Por lo tanto, nadie quiere olvidar la historia que ha pasado. Pero no permitamos que el peso de esta historia impida el desarrollo del dialogo, y especialmente en encarar y resolver a nivel cultural pero ante todo en el plano religioso las «desacuerdos» mas sensibles que aun permanecen. Y ellos son por parte de los judíos, la presunción, tan difícil de quitar de la memoria colectiva, que de alguna manera fue el Cristianismo el que origino muchas de las tragedias que han debido soportar. Y por otro lado, el trauma del mundo cristiano, dividido entre las persecuciones de no haber tenido responsabilidad directa en el Holocausto y en la dramática admisión, hecha por el Episcopado Alemán y ahora por el francés, de no haber estado del lado del pueblo judío en el momento de su martirio.
Y por eso es que – como sostiene Juan Pablo II – ha llegado el momento para que judíos y cristianos redescubran y hagan fructificar su patrimonio espiritual común. Para poder caminar juntos. Y colaborar en defensa de los derechos del hombre por la justicia social y la paz. Y así ser capaces, día a día, de vivenciar lo que significa ser hermanos, miembros de una familia. Testimoniando, finalmente reconciliados, la misma esperanza a la espera del «Dios que viene».
Traducido de Tertium Millenium Nr 5 noviembre 1997 – Dossier: “Raíces del antijudaísmo en ambiente católico”
Invito visitar el post “Nuestros hermanos mayores”
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