Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

sábado, 21 de mayo de 2022

La presencia de Maria

 


La Iglesia de todos los tiempos, comenzando por el Cenáculo en Pentecostés, rodea siempre a María de una veneración particular y se dirige a Ella con una peculiar confianza.

La Iglesia de nuestro tiempo, mediante el Concilio Vaticano II, ha hecho una síntesis de todo lo que se había desarrollado durante las generaciones. El capítulo VIII de la Constitución dogmática Lumen gentium es, en cierto sentido, una “carta magna” de la mariología para nuestra época: María presente de modo particular en el misterio de Cristo y en el misterio de la Iglesia, María, “Madre de la Iglesia”, como comenzó a llamarla Pablo VI (en el Credo del Pueblo de Dios), dedicándole después un documento aparte (Marialis cultus).

Esta presencia de María en el misterio de la Iglesia, esto es, al mismo tiempo en la vida cotidiana del Pueblo de Dios en todo el mundo, es sobre todo una presencia materna. María, por así decirlo, da a la obra salvífica del Hijo y a la misión de la Iglesia una forma singular: la forma materna. Todo lo que se puede proponer en el lenguaje humano sobre el tema de la “índole” propia de la mujer-madre —la índole del corazón—, todo esto se refiere a Ella.

María es siempre el cumplimiento más pleno del misterio salvífico —desde la Inmaculada Concepción hasta la Asunción— y es continuamente un preanuncio más eficaz de este misterio. Ella revela la salvación, acerca la gracia incluso a quienes parecen los más indiferentes y alejados. En el mundo, que junto al progreso manifiesta su “corrupción” y su “envejecimiento”, Ella no cesa de ser “el comienzo del mundo mejor” (origo mundi melioris), como se expresó Pablo VI: “Al hombre contemporáneo la Virgen María... ofrece una visión serena y una palabra tranquilizadora: la victoria de la esperanza sobre la angustia, de la comunión sobre la soledad,/ de la paz sobre la turbación,/ de la alegría y de la belleza sobre el tedio y la náusea.../ de la vida sobre la muerte” (Pablo VI, Exhortación Apostólica “Para la recta ordenación y desarrollo del culto a la Santísima Virgen María”, 57; AAS 66, 1974. 166).

A María, que es la Madre de la divina gracia, confío las vocaciones sacerdotales y religiosas…La nueva primavera de las vocaciones, su nuevo aumento en toda la Iglesia, se convierta en una prueba particular de su presencia materna en el misterio de Cristo, en nuestros tiempos, y en el misterio de su Iglesia sobre toda la tierra. María sola es una viva encarnación de la entrega total y completa a Dios, a Cristo, a su acción salvífica, que debe encontrar su expresión adecuada en cada una de las vocaciones sacerdotales y religiosas. María es la expresión más plena de la fidelidad perfecta al Espíritu Santo y a su acción en el alma, es la expresión de la fidelidad que significa una cooperación perseverante a la gracia de la vocación.

 

(San Juan Pablo II de la Audiencia General 2 de  mayo de 1979)

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