En su viaje apostólico a Polonia en junio de 1999 el beato Juan Pablo II beatifico en Varsovia a “108 mártires, clérigos y laicos polacos… un testimonio de la victoria de Cristo, el don que devuelve la esperanza.”
En Polonia han sido exhaustivas las investigaciones y son numerosísimos los documentos existentes acerca de aquella época oscura de persecuciones y terror y abundan los mártires desconocidos. No sabemos tanto, en cambio, acerca de aquellos dispuestos a dar su vida por el otro.
Wanda Poltawska en su precioso libro Diario de una amistad, la familia Poltawski y Karol Wojtyla, una especie de diario hecho reflexión (que recién comienzo a leer cuidadosamente) testimonia un momento particular de su vida en el campo de concentración de mujeres en Ravensbrück. Nos revela que solo lloro dos veces durante su reclusión, una por desesperación y otra de felicidad y nos cuenta:
“Era enero de 1945. Los alemanes estaban perdiendo la guerra, pero en Ravensbrück todo seguía igual, e incluso peor, porque de la “Scheibstube”, (Oficina) llegó la noticia secreta que iban a aniquilar a las “conejillas de Indias”: a nosotras, las chicas con números del séptimo millar, que fuimos utilizadas para operaciones quirúrgicas experimentales, las chicas del convoy de Lublin, estábamos todas condenadas a muerte.
Al día siguiente seríamos ejecutadas. Esta noticia estremeció a todo el mundo....
En este momento, me viene a la memoria una persona: Władka Dąbrowska, mi amiga del alma, cuyo nombre no revelé entonces porque ella no lo quiso – todavía vivía – pero ahora que ella ya descansa en el sueño eterno puedo hacerlo.
Władka se me acercó entonces con la propuesta de cambiar los números. Władka no había sido operada y, al día siguiente, sólo nosotras, las “conejillas de Indias” de Ravensbrück, debíamos ser enviadas a la cámara de gas. Se inventó toda una historia que no me creí, que tenía cáncer y que, por consiguiente, no sobreviviría mucho tiempo, y que yo era joven y tenía que dar testimonio sobre la verdad de lo que allí había ocurrido, que tenía que regresar…
Y precisamente por ese motivo lloré toda la noche. Entonces también descubrí el abrazo de hermana de aquella mujer mayor que yo, y en sus brazos, lloré de alegría, de que fuese tal y como era.
No, no acepté su sacrifico, pero Władka se presentó igualmente a la mañana siguiente, cuando pasaron lista, con el número de Krysia, una de las “conejillas de Indias” más jóvenes.
No hubo ejecución, pero así actuaron Władka y otra mujer, una mujer noruega mayor, cuyo nombre no recuerdo, pero que también estuvo dispuesta a hacer el mismo sacrificio y que se colocó en la fila con el número de nuestra “conejilla” más joven, Basia Pietrzyk. ¡Què noche de felicidad la del 5 de enero de 1945 en un campo de concentración terrible!
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