“En
1991, con ocasión del IV Centenario de la muerte de San Juan de la Cruz, Doctor
de la Iglesia, el Papa Juan Pablo II dirigió una Carta Apostólica al General de
los Carmelitas Descalzos, que tituló "San Juan de la Cruz, Maestro de lafe y testigo del Dios Vivo".
Ya en 1982, en
su visita a España, el Papa nos había dicho a los españoles: “Leed
continuamente las obras de los grandes Maestros del espíritu. ¡Cuántos tesoros
de amor y de fe tenéis al alcance de vuestra mano en vuestro bello idioma!”.
En Segovia,
junto al sepulcro de San Juan de la Cruz, ya había dicho: “San Juan de la Cruz,
Maestro de la fe, gran maestro de los senderos que conducen a la unión con
Dios, teólogo y místico, poeta y artista”.
El mismo Juan
Pablo II, joven Karol Wojtyla de diecinueve años, acababa de perder a su padre,
único miembro de su familia que le quedaba y con quien vivía. Su padre murió en
soledad sin la compañía de su hijo. ¡Cómo trituró su muerte el corazón del
joven sensible y profundamente religioso! Karol lloró amargamente. —“Me ha
ocurrido por tres veces una gran tristeza: Todos ellos mi madre, mi hermano, mi
padre, se fueron de este mundo sin que yo tuviera el consuelo de acompañarles
en el último instante”.
Aparece entonces
en la vida de Karol una figura importante, Jan Tyranowski,
que
ejercía en amplios círculos de Cracovia una influencia poderosa. Era sastre de
oficio, pero trabajaba en las canteras con Karol. Era un verdadero místico. El
inició a Wojtyla en la lectura de San Juan de la Cruz. Con él se reunía lo más
esperanzador de la juventud polaca.
Estudiaban a San
Juan y a Santa Teresa de Jesús. De aquella escuela clandestina en plena
invasión nazi, no sólo surgió Wojtyla: un gran sector de Polonia debe en gran
parte su firme fe, adulta y compacta, en la vorágine de las más terribles
borrascas, al influjo del Doctor Místico. En comunicación constante con
Tyranowski y con sus amigos, sorbe a raudales la solidez y belleza de San Juan
de la Cruz. Clima adecuado para que en él germine la decisión de ser sacerdote.
Se comprende que
cuando Karol Wojtyla llega a Roma enviado por el Cardenal Sapieha, Arzobispo de
Cracovia, a hacer su Doctorado en Teología, elija a San Juan, para estudiar y
escribir su tesis: “El acto de fe en San Juan de la Cruz”, bajo la dirección
del Padre Garrigou—Lagrange.
Posteriormente
publicó en 1951: Humanismo de San Juan de la Cruz, el misterio y el hombre que
fue su tesis doctoral en la Facultad de Teología de Cracovia. El Cardenal
Wojtyla ha quedado agradecido a Tyranowski. Un Papa con una mente vigorosa, que
con esa misma cabeza decidió elegir por mentor espiritual al místico español...
cuando ese Papa ha asombrado al mundo por su valor, fuerza personal, coraje,
liderazgo espiritual, armonía humano-divina, ha revalorizado el doctorado de San
Juan y lo ha puesto de actualidad.
Hay una sintonía
en la vida de Wojtyla y en la de Fray Juan. Ambos han sufrido duras pruebas.
Pero la cruz les ha engrandecido. A otros menos grandes, la cruz los envilece,
los deja resentidos para siempre. Ambos saborean la belleza: los altos picachos
nevados, los montes y espesuras - plantados por la mano del Amado -. Ambos
gustan de trabajar ante el Sacramento de la Eucaristía. Ambos escriben poesía.
Y los dos gustan de las flores.
Fray Juan gozaba
adornando con ellas los altares toda su vida y cantó al Amado que pace entre
las flores. Y su sensibilidad captó la belleza de las flores y rosales. Y de
las guirnaldas en las frescas mañanas escogidas. Y aprendió a dejar su cuidado
entre las azucenas olvidado. Wojtyla cultivaba las flores en el jardín de su
Arzobispado de Cracovia, nos ha dicho D. Marcelo González Martín en su Prólogo
a Signo de contradicción. Flores frescas que perfumaban después su capilla
eucarística.
Juan Pablo II ha
dicho que, cuando elaboraba su tesis, “intuía que la síntesis de San Juan de la
Cruz contiene no solamente una sólida doctrina teológica sino, sobre todo, una
exposición de la vida cristiana en sus aspectos básicos, como son la comunión
con Dios, la dimensión contemplativa de la oración, la fuerza teologal de la
misión apostólica y la tensión de la esperanza cristiana”. San Juan de la Cruz
nos ha dejado una gran síntesis de espiritualidad y de experiencia mística
cristiana.
Y en el marco
tomista de los pensadores polacos actuales, también hay que situar a
Kalinowski, profesor de la Universidad de Lublín y, después exiliado en
Francia, y Swiezaws, comisionado por el Episcopado polaco como auditor laico en
el Concilio Vaticano II, dos personalidades importantes, en cuya obra y
planteamientos, aparece clara la huella del estudio y lectura —profunda- de San
Juan de la Cruz, plenamente asimilado.”
(Fuente: Ordende los Carmelitas)
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