“«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo,
tome su cruz y sígame» (Mc 8, 34). Estas
palabras permiten comprender el valor y el significado de esta fiesta,
en espera de la cruz.
La cruz se ha de acoger, ante todo, en el corazón, y después
se ha de llevar en la vida.
Muchos
cristianos han abrazado la cruz a lo largo de los siglos: ¿podemos dejar de dar
gracias a Dios por ello? …. ¡Cuán actuales resultan las palabras de Jesús:
«Cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12,
32), y «Mirarán al que traspasaron» (Jn 19, 37)!
Hoy queremos
proclamar con vigor el evangelio de la cruz, es decir, de Jesús muerto y
resucitado para el perdón de los pecados. Este anuncio salvífico, que asegura a
los creyentes la vida eterna, desde el día de Pascua no ha dejado nunca de
resonar en el mundo…...
Sí, la
cruz está inscrita en la vida del hombre. Querer excluirla de la propia
existencia es como querer ignorar la realidad de la condición humana. ¡Es así!
Hemos sido creados para la vida y, sin embargo, no podemos eliminar de nuestra
historia personal el sufrimiento y la prueba… Cuando en la familia no existe la
armonía, cuando aumentan las dificultades en el estudio, cuando los
sentimientos no encuentran correspondencia, cuando resulta casi imposible
encontrar un puesto de trabajo, cuando por razones económicas os veis obligados
a sacrificar el proyecto de formar una familia, cuando debéis luchar contra la
enfermedad y la soledad, y cuando corréis el riesgo de ser víctimas de un
peligroso vacío de valores, ¿no es, acaso, la cruz la que os está interpelando?
Una difundida
cultura de lo efímero, que asigna valores sólo a lo que parece hermoso y a lo
que agrada, quisiera haceros creer que hay que apartar la cruz. Esta moda
cultural promete éxito, carrera rápida y afirmación de sí a toda costa; invita
a una sexualidad vivida sin responsabilidad y a una existencia carente de
proyectos y de respeto a los demás. Abrid bien los ojos…. este no es el camino
que lleva a la alegría y a la vida, sino la senda que conduce al pecado y a la
muerte. Dice Jesús: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo,
tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero
quien pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 16,
24-25).
Jesús no nos engaña. Con la verdad de sus palabras, que
parecen duras pero llenan el corazón de paz, nos revela el secreto de la vida
auténtica. Él, aceptando la condición y el destino del hombre venció el pecado
y la muerte y, resucitando, transformó la cruz de árbol de muerte en árbol de
vida. Es el Dios con nosotros, que vino para compartir toda nuestra existencia.
No nos deja solos en la cruz. Jesús es el amor fiel, que no abandona y que sabe
transformar las noches en albas de esperanza. Si se acepta la cruz, genera
salvación y procura serenidad, como lo demuestran tantos testimonios hermosos
de jóvenes creyentes. Sin
Dios, la cruz nos aplasta; con Dios, nos redime y nos salva.”
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