“Uno de los engaños de la violencia consiste en
tratar, —para justificación propia— de desacreditar sistemática y radicalmente
al adversario, sus actuaciones y las estructuras socio-ideológicas en las que
se mueve y piensa. El hombre de paz sabe reconocer la parte de verdad que hay
en toda obra humana y, más todavía, las posibilidades de verdad que abrigan en
lo profundo de todo hombre.
No es que el deseo de paz le haga cerrar los ojos
ante las tensiones, las injusticias y las luchas que forman parte de nuestro
mundo. El las mira de frente. Las llama por su nombre, por respeto a la verdad.
Más aún, anclado profundamente en las cosas de la paz, el hombre no puede menos
de ser todavía más sensible a todo lo que contradice a la paz. Esto le mueve a
investigar valientemente las causas reales del mal y de la injusticia, para
buscarles remedios apropiados. La verdad es fuerza de paz porque percibe, por
una especie de con naturalidad, los elementos de verdad que hay en el otro y
que ella trata de alcanzar.
[…]
La verdad permite aún más no desesperar de las
víctimas de la injusticia; no permite conducirlas a la desesperación de la
resignación o de la violencia. Induce a apostar por las fuerzas de la paz que
abrigan los hombres o los pueblos que sufren. Cree que, consolidándolas en la
conciencia de su dignidad y de sus derechos imprescriptibles, ella los
fortalece para someter las fuerzas de opresión a presiones eficaces de
transformación, más eficaces que los focos de violencia generalmente sin
mañana, a no ser un mañana de mayores sufrimientos.
[…]
El hombre de paz, dado que vive de la verdad y de
la sinceridad, es pues lúcido ante las injusticias, las tensiones y los
conflictos que existen. Pero, en lugar de exacerbar
las frustraciones y las luchas, él confía en las
facultades superiores del hombre, en su razón y en su corazón, para inventar
unos caminos de paz que llevan a un resultado verdaderamente humano y duradero.”
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