“Durante
la Santa Misa, después de la transubstanciación, el sacerdote pronuncia las
palabras: Mysterium fidei, ¡Misterio de la fe! Son palabras que se refieren
obviamente a la Eucaristía. Sin embargo, en cierto modo, conciernen también al
sacerdocio. No hay Eucaristía sin sacerdocio, como no hay sacerdocio sin
Eucaristía. No sólo el sacerdocio ministerial está estrechamente vinculado a la
Eucaristía; también el sacerdocio común de todos los bautizados tiene su raíz
en este misterio. A las palabras del celebrante los fieles responden:
"Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús''.
Participando en el Sacrificio eucarístico los fieles se convierten en testigos
de Cristo crucificado y resucitado, comprometiéndose a vivir su triple misión
-sacerdotal, profética y real- de la que están investidos desde el Bautismo,
como ha recordado el Concilio Vaticano II.
El
sacerdote, como administrador de los ''misterios de Dios", está al servicio
del sacerdocio común de los fieles. Es él quien, anunciando la Palabra y
celebrando los sacramentos, especialmente la Eucaristía, hace cada vez más
consciente a todo el Pueblo de Dios su participación en el sacerdocio de
Cristo, y al mismo tiempo lo mueve a realizarla plenamente. Cuando, después de
la transubstanciación, resuena la expresión: Mysterium fidei, todos son
invitados a darse cuenta de la particular densidad existencial de este anuncio,
con referencia al misterio de Cristo, de la Eucaristía y del Sacerdocio.
¿No
encuentra aquí, tal vez, su motivación más profunda la misma vocación
sacerdotal? Una motivación que está totalmente presente en el momento de la
Ordenación, pero que espera ser interiorizada y profundizada a lo largo de toda
la existencia. Sólo así el sacerdote puede descubrir en profundidad la gran
riqueza que le ha sido confiada. Cincuenta años después de mi Ordenación puedo
decir que el sentido del propio sacerdocio se redescubre cada día más en ese Mysterium
fidei. Esta es la magnitud del don del sacerdocio y es también la medida de la
respuesta que requiere tal don. ¡El don es siempre más grande! Y es hermoso que
sea así. Es hermoso que un hombre nunca pueda decir que ha respondido
plenamente al don. Es un don y también una tarea: ¡siempre! Tener conciencia de
esto es fundamental para vivir plenamente el propio sacerdocio.”
(Juan Pablo II: Don y Misterio, Libreria Editrice Vaticana, 2011, 88-90)
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