En diciembre de 1994, cuando ya terminaba el Año de la Familia el Santo Padre Juan Pablo II le dirigió una Carta a los niños del mundo entero preparándolos para la “Navidad, que es la fiesta de un Niño, de un recién nacido”.
Imaginando a los niños en sus preparativos en el periodo navideño, recordaba su propia niñez:
“Queridos niños – decía - os escribo acordándome de cuando, hace muchos años, yo era un niño como vosotros. Entonces yo vivía también la atmósfera serena de la Navidad, y al ver brillar la estrella de Belén corría al nacimiento con mis amigos para recordar lo que sucedió en Palestina hace 2000 años. Los niños manifestábamos nuestra alegría ante todo con cantos. ¡Qué bellos y emotivos son los villancicos, que en la tradición de cada pueblo se cantan en torno al nacimiento! ¡Qué profundos sentimientos contienen y, sobre todo, cuánta alegría y ternura expresan hacia el divino Niño venido al mundo en la Nochebuena!”
“Queridos niños – decía - os escribo acordándome de cuando, hace muchos años, yo era un niño como vosotros. Entonces yo vivía también la atmósfera serena de la Navidad, y al ver brillar la estrella de Belén corría al nacimiento con mis amigos para recordar lo que sucedió en Palestina hace 2000 años. Los niños manifestábamos nuestra alegría ante todo con cantos. ¡Qué bellos y emotivos son los villancicos, que en la tradición de cada pueblo se cantan en torno al nacimiento! ¡Qué profundos sentimientos contienen y, sobre todo, cuánta alegría y ternura expresan hacia el divino Niño venido al mundo en la Nochebuena!”
Y “Este Niño ahora recién nacido, cuando sea grande, como Maestro de la Verdad divina, mostrará un afecto extraordinario por los niños. Dirá a los Apóstoles: « Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis », y añadirá: « Porque de los que son como éstos es el Reino de Dios » (Mc 10, 14). Otra vez, estando los Apóstoles discutiendo sobre quién era el más grande, pondrá en medio de ellos a un niño y dirá: « Si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los cielos » (Mt 18, 3).
Como siempre lo hacia hablándole a los mayores, también a los niños les recordaba que debían pensar en todos aquéllos niños que “sufren o son amenazados... padecen hambre y miseria, mueren a causa de las enfermedades y de la desnutrición, perecen víctimas de la guerra, son abandonados por sus padres y condenados a vivir sin hogar, privados del calor de una familia propia, soportan muchas formas de violencia y de abuso por parte de los adultos. ? Cómo es posible permanecer indiferente ante al sufrimiento de tantos niños, sobre todo cuando es causado de algún modo por los adultos?”
Al termino de la carta les recordaba la palabras del salmo ¡Laudate pueri Dominum! ¡Alabad niños al Señor, alabad el nombre del Señor. Bendito sea el nombre del Señor, ahora y por siempre. De la salida del sol hasta su ocaso, sea loado el nombre del Señor! (cf. Sal 113112, 1-3), “palabras – decía – que siempre me han emocionado”
¡Alabad el nombre del Señor! Los niños de todos los continentes, en la noche de Belén.
¡Levanta tu mano, divino Niño,
y bendice a estos pequeños amigos tuyos,
bendice a los niños de toda la tierra!
Vaticano, 13 de diciembre de 1994.
Vaticano, 13 de diciembre de 1994.
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