"...Ha hecho en mí maravillas el Poderoso cuyo nombre es santo" (Lc 1, 49)
“Las palabras pronunciadas en la visita a Isabel expresan plenamente lo que está viviendo el corazón de la Virgen de Nazaret después de la Anunciación.
Adoración de Dios rebosante de gozo y alegría plena al adorar a Dios; éste es el estado de su alma bienaventurada, éstos los sentimientos más profundos que abriga su corazón. Y quedan manifiestos sobre todo en las palabras del "Magníficat".
Resplandece en el "Magníficat" una gratitud llena de humildad que es signo infalible del encuentro con Dios vivo. María responde al Don de lo alto no sólo con palabras sino también con todo el silencio del misterio del Adviento que se cumple en Ella.
En efecto, en Ella el Adviento de la humanidad entera asumió su forma más plena, en Ella alcanzó su "cenit".
Pero este "cenit" del Adviento sigue cumpliéndose y alcanza su plenitud en la Iglesia. Peregrina sobre la tierra y como "exiliada" a la búsqueda de las cosas de arriba, la Iglesia experimenta la venida del Señor "hasta que aparezca su Esposo en la gloria" (cf. Lumen gentium, 6); y el Adviento vivido por la Iglesia es sacramento o signo e instrumento de unión con Dios.
2. Cada día canta la Iglesia con la Virgen el "Magníficat" en su liturgia. De este modo el Adviento cumplido en la Madre de Dios se difunde a lo largo de todos los días de la vida de la Iglesia.
En el tiempo del Adviento litúrgico, la Iglesia vuelve a leer y vivir en las palabras del "Magnificat" la "espera" única e irrepetible de la Madre al Niño que ha de nacer de su seno, que va a venir al mundo.
Al rezar el Ángelus este domingo, veneramos de modo especial esta "espera" bendita.
Sea ésta la luz de nuestro Adviento.
¡Renuévese en ella nuestra esperanza!”
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