«Suplo en mi carne – dice el apóstol Pablo, indicando el valor salvífico del sufrimiento – lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia»
comenzaria la Carta Apostólica Salvifici Doloris que el Santo Padre dirigía a los fieles sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano.
Juan Pablo II quien “hasta en los momentos de dolor supo afrontar la vida con la alegría que debe distinguir a los cristianos ….y fue un claro ejemplo de cómo se debe morir y cómo se puede y se debe convivir con el sufrimiento” (Joaquin Navarro-Valls), en el Angelus dominical previo a las fiestas navideñas de 1981, el año del atentado, acompañaba y alentaba a aquellos que sufren :
“Quiero en estas fiestas navideñas, dirigir los pensamientos y los corazones de todos hacia los que, en estas fiestas, se encontrarán bajo el sufrimiento: en los hospitales, en las cárceles, en los campos de concentración, en el exilio, lejos de sus seres queridos... ¡Cuántos modos diversos de sufrimiento prueban el alma y el cuerpo del hombre, de nuestro hermano y de nuestra hermana! Es difícil recordarlos todos.
Desde el corazón de la Iglesia fluyen las palabras de esperanza del Adviento: ¡El Señor está cerca!
Deseo compartir hoy esta esperanza con los que tienen más necesidad de ella. Que, tras las palabras, venga la Luz e ilumine la oscuridad de la existencia humana, incluso de la más difícil. Que venga la Gracia y revele la dignidad humana, que se deriva del misterio del nacimiento de Dios. Que cada uno de los hombres se levante de cualquier depresión en que se encuentre.”
Alma Redemptoris Mater! Succurre”
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