"1. «Tota pulchra es Maria!»
Con estas palabras, la Iglesia se dirige a la Madre de Cristo en esta solemnidad de la Inmaculada Concepción. María es la mujer preservada del pecado original, en quien el Padre pensó y a quien eligió para que fuera la Madre del Salvador. Al dar un rostro humano al Hijo de Dios, que es «el esplendor de la gloria del Padre» (san Ambrosio), la Virgen vio brillar sobre sí, más que ninguna otra criatura, el rostro del Padre rico en gracia y misericordia.
Por eso, la Inmaculada Concepción es un don extraordinario y un privilegio inefable. Gracias a él, la Virgen, preservada totalmente de la esclavitud del mal y hecha objeto de especial predilección divina, anticipa en su vida el camino de los redimidos, pueblo salvado por Cristo.
Por eso, la Inmaculada Concepción es un don extraordinario y un privilegio inefable. Gracias a él, la Virgen, preservada totalmente de la esclavitud del mal y hecha objeto de especial predilección divina, anticipa en su vida el camino de los redimidos, pueblo salvado por Cristo.
2. Esta significativa fiesta mariana se sitúa en el marco del Adviento, tiempo de preparación para la Navidad, caracterizado por la vigilancia y la oración. María, que supo esperar al Señor con más esmero que todos, nos acompaña y nos indica cómo hacer vivo y activo nuestro camino hacia la noche santa de Belén. Con la Virgen pasamos estas semanas en oración y, guiados por su estrella luminosa, nos disponemos a recorrer el itinerario espiritual que nos lleva a celebrar con mayor intensidad el misterio de la Encarnación. Además, este año el Adviento nos introduce en el último año de preparación para el gran jubileo del 2000. Se trata de un motivo más para intensificar nuestro esfuerzo, a fin de que la espera de la venida del Redentor sea más generosa y vigilante"
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