Cuando con ocasión de las JMJ en Toronto en el 2002, con la enfermedad de Parkinson ya avanzada, los periodistas se preguntaban si al Papa le habrían dado una nueva medicina la respuesta la dio el mismo Juan Pablo II con su habitual entusiasmo y vivacidad, como siempre cuando se reunía con los jóvenes. Hacia solo algunos meses que le había dicho al cardenal Alojzij Ambrozic “cuando estas con los jóvenes te sientes joven”. Y así fueron todas las Jornadas. Seria difícil adivinar con cual de estos “«momentos de pausa» en la constante peregrinación de la fe” se sintió mas identificado.
Me aventuro a decir que fue en Buenos Aires, porque fue la nuestra. Probablemente el, con su habitual humor, diría que fue la de Czestochowa porque fue la suya. Y la de Denver porque fue un desafío y un llamado a la “cultura de la vida”, y la de Compostela porque allí encendió una nueva luz, la de Manila porque jamás se había visto nada igual, la de Paris con su “cadena de amor”, las de Roma porque era su ciudad, o la de Colonia porque aunque no pudo estar presente allí entre los “peregrinos por los caminos del mundo” allí estaba. En todas ellas recordándonos: “No temáis” Abrid de par en par las puertas a Cristo.
“¿cómo no dar gracias a Dios por los numerosos frutos que, a distintos niveles, han brotado de las Jornadas Mundiales de la Juventud?” le decía en la carta al cardenal Pironio con motivo del Seminario de Estudio sobre las Jornadas Mundiales de la Juventud que el Pontificio Consejo para los Laicos había organizado en el Santuario de Jasna Góra, en Czestochowa y agregaba “Esta peregrinación del pueblo joven construye puentes de fraternidad y de esperanza entre los continentes, los pueblos y las culturas. Es un camino siempre en movimiento. Como la vida. Como la juventud.”
Analizando lo que habían sido las Jornadas hasta ese momento constataba que “con el paso de los años se ha demostrado que las Jornadas de la Juventud no son ritos convencionales, sino acontecimientos providenciales, ocasiones para que los jóvenes profesen y proclamen cada vez con más alegría su fe en Cristo” , “una forma de vasta catequesis, un anuncio del camino de conversión a Cristo” precisamente porque “La finalidad principal de las Jornadas es la de colocar a Jesucristo en el centro de la fe y de la vida de cada joven, para que sea el punto de referencia constante y la luz verdadera”.
Y recomendaba a Pastores y agentes de pastoral a “reflexionar constantemente sobre nuestro ministerio entre los jóvenes y sobre la responsabilidad que tenemos de presentarles la verdad plena sobre Cristo y su Iglesia.”
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