"¡Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor!"
En el Ángelus del Domingo 27 de noviembre de 1983 el Papa Juan Pablo II centraba su atención en la alegría del primer domingo de Adviento.
“Hoy, primer domingo de Adviento – decía - hemos recitado la antífona del Salmo responsorial: "¡Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor!". Queremos añadir: "¡Qué alegría cuando nos dijeron: con María vamos al encuentro del Señor!". Como nos exhortan los liturgistas y enseña Pablo VI, el Adviento es "un tiempo especialmente apto para el culto a la Madre del Señor" (Exhortación Apostólica Marialis cultus, 4) y para una catequesis apropiada. Orientación que deseo sea "acogida y seguida en todas partes" (ib.).
La alegría es un elemento fundamental del tiempo sagrado que comienza hoy. El Adviento es tiempo de vigilancia, de oración, de conversión; y lo es, además, de ferviente, gozosa espera. El motivo es claro: el Señor está cerca (cf. Flp 4, 5), el Señor está contigo o en medio de ti, como se le anunció a María (cf. Lc 1, 28) y a la hija de Sión (cf. Sof 3, 15).
La primera palabra que se le dirige a María en el Nuevo testamento es una invitación jubilosa: ¡Exulta, alégrate! Este saludo está vinculado a la venida del Salvador. A María, antes que a nadie, se le anuncia una alegría que luego se proclamará para todo el pueblo. María participa de esta alegría en manera y medida extraordinarias.
En ella se concentra y alcanza plenitud la alegría del antiguo Israel y explota incontenible la felicidad de los tiempos mesiánicos. La alegría de la Virgen es, en particular, la del "resto" de Israel, de los pobres que esperan la salvación de Dios y experimentan su fidelidad. Para participar en esta fiesta es preciso esperar con humildad y acoger con confianza al Salvador. "Los fieles, que viven con la liturgia el espíritu del Adviento, al considerar el inefable amor con que la Virgen María esperó al Hijo, se sentirán animados a tomarla como modelo y a prepararse 'vigilantes en la oración y jubilosos en la alabanza' para salir al encuentro del Salvador que viene" (Marialis cultus, 4).”
La alegría es un elemento fundamental del tiempo sagrado que comienza hoy. El Adviento es tiempo de vigilancia, de oración, de conversión; y lo es, además, de ferviente, gozosa espera. El motivo es claro: el Señor está cerca (cf. Flp 4, 5), el Señor está contigo o en medio de ti, como se le anunció a María (cf. Lc 1, 28) y a la hija de Sión (cf. Sof 3, 15).
La primera palabra que se le dirige a María en el Nuevo testamento es una invitación jubilosa: ¡Exulta, alégrate! Este saludo está vinculado a la venida del Salvador. A María, antes que a nadie, se le anuncia una alegría que luego se proclamará para todo el pueblo. María participa de esta alegría en manera y medida extraordinarias.
En ella se concentra y alcanza plenitud la alegría del antiguo Israel y explota incontenible la felicidad de los tiempos mesiánicos. La alegría de la Virgen es, en particular, la del "resto" de Israel, de los pobres que esperan la salvación de Dios y experimentan su fidelidad. Para participar en esta fiesta es preciso esperar con humildad y acoger con confianza al Salvador. "Los fieles, que viven con la liturgia el espíritu del Adviento, al considerar el inefable amor con que la Virgen María esperó al Hijo, se sentirán animados a tomarla como modelo y a prepararse 'vigilantes en la oración y jubilosos en la alabanza' para salir al encuentro del Salvador que viene" (Marialis cultus, 4).”
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