Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

martes, 16 de agosto de 2016

La cruz de Nowa Huta y la nueva evangelización

(fotografia de Magicny Krakow)

“De nuevo estoy aquí, ante esta cruz, junto a la cual he estado tantas veces como peregrino; ante la cruz que sigue siendo para todos nosotros como la más preciada reliquia de nuestro Redentor.
Cuando, en los alrededores de Kraków (Cracovia), surgía Nowa Huta —enorme complejo industrial y una nueva gran ciudad: nueva Kraków—, tal vez nadie se daba cuenta de que estaba surgiendo de hecho al lado de esta cruz, el lado de esta reliquia que, junto a la antiquísima abadía de los cistercienses, hemos heredado desde la época de los Piast. Corría el año 1222, la época del Príncipe Leszek Bialy, la época del obispo Ivo Odrowaz, en el período antecedente a la canonización de San Estanislao. En aquel tiempo, en el 111 centenario de nuestro bautismo, fue fundada aquí la abadía de los cistercienses, y después fue traída la reliquia de la santa cruz, que desde hace siglos se ha convertido en meta de peregrinaciones de la región de Kraków: del Norte. de la parte de Kielce; del Este, de la parte de Tarnów, y del Oeste, de Slesia. Todo ello ha tenido lugar en un territorio sobre el cual, según la tradición, se levantaba antaño Stara Huta, casi la antigua madre histórica de la actual Nowa Huta.'
Deseo hoy saludar aquí, una vez más, a los peregrinos de Kraków, a los de Slesia y a los de la diócesis de Kielce.
Caminemos juntos, peregrinos, hacia la cruz del Señor, pues con ella comienza una nueva era en la historia del hombre. Este es tiempo de gracia, tiempo de salvación. A través de la cruz el hombre ha podido comprender el sentido de su propia suerte, de su propia existencia sobre la tierra. Ha descubierto cuánto le ha amado Dios. Ha descubierto, y descubre continuamente, a la luz de la fe, cuán grande sea el propio valor. Ha aprendido a medir la propia dignidad con el metro de aquel sacrificio que Dios ha ofrecido en su Hijo para la salvación del hombre: "Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna" (Jn 3, 16).
Aunque cambian los tiempos, aunque en lugar de los campos de antaño, en las cercanías de Kraków ha surgido un enorme complejo industrial, aunque vivimos en una época de vertiginoso progreso de las ciencias naturales y de un progreso tan sorprendente de la técnica, sin embargo la verdad de la vida del espíritu humano —que se expresa a través de la cruz— no decae, es siempre actual, no envejece nunca. La historia de Nowa Huta está escrita también por medio de la cruz; primero, a través de aquella antigua de Mogila, heredada desde siglos, después por medio de otra, nueva... que se ha levantado no lejos de aquí.
Donde surge la cruz, se ve la señal de que ha llegado la Buena Noticia de la salvación del hombre mediante el amor. Donde se levanta la cruz, está la señal de que ha iniciado la evangelización. Tiempos atrás, nuestros padres levantaban, en diversos lugares del territorio polaco, la cruz como signo de que ya había llegado el Evangelio, de que va se había iniciado la evangelización, la cual debía continuarse ininterrumpidamente hasta hoy. Con este pensamiento se levantó también la primera cruz en Mogila, en los alrededores de Kraków, en las cercanías de Stara Huta.
La nueva cruz de madera ha surgido no lejos de aquí, exactamente durante las celebraciones del milenario. Con ella hemos recibido una señal: que en el umbral del nuevo milenio —en esta nueva época, en las nuevas condiciones de vida—, vuelve a ser anunciado el Evangelio. Se ha dado comienzo a una nueva evangelización, como si se tratara de un segundo anuncio, aunque en realidad es siempre el mismo. La cruz está elevada sobre el mundo que avanza.
Agradecemos hoy, ante la cruz de Mogila, ante la cruz de Nowa Huta, este nuevo comienzo de evangelización, que aquí se ha efectuado. Pidamos todos que fructifique, al igual que la primera —o si se quiere, todavía más—“


(de la homilía del Papa Juan Pablo II en la Santa Misa en el Santuario de la Santa Cruz, Mogila el 8 de junio de 1979 durante su peregrinación apostólica a Polonia – leer completa en el sitio oficial de la Santa Sede)

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