El
8 de julio de 1948 Karol Wojtyla, recién llegado de Roma, recibe una carta firmada
por el cardenal Sapieha…Karol supo así que había sido nombrado vice párroco de
Niegowic, en el territorio de Bochnia, a treinta kms al este de Cracovia.
Niegowic es un pueblo demasiado pequeño como para que aparezca en el mapa
general del país. Y, sin embargo, la parroquia contaba entonces con cinco mil
almas, repartidas entre los trece poblados diseminados en la llanura del Río
Raba…lo que no es poco!
El
28 de julio, con una modesta maleta en mano, el nuevo vicario llega a Niegowic.
Viste pantalones de paño, un jersey y una boina. Ha tomado el coche de línea hasta Gdow, donde
un campesino lo ha subido en su carro y lo ha acompañado a Marzowice. Desde allí
ha llegado a Niegowic a pie, acortando distancias a campo traviesa para ahorrar
tiempo. Desde el poblado de Lasowe Domy se descubre el campanario de madera d
ela iglesia, que se levanta sobre la llanura en la que trabajan algunos grpos
de cosechadores. Se ve llegar desde lejos al nuevo vicario, y enseguida es
objeto de atención por parte de todos. Tiene el aspecto de un chico y parece
muy delgado, pero el paso decidido es el de un hombre enérgico. Los testigos de
su llegada lo observan mientras atraviesa el riacho, pomposamente llamado
Krolewski Potok (riacho Real, que corre poco antes de entrar en el poblado. El recién
llegado hace la genuflexión varias veces ante una capillita dedicada a San Juan
Nepomuceno, a quien los campesinos piden desde hace años que aleje de ellos la
miseria. «Me he arrodillado y besado la tierra», recuerda Juan Pablo II en “Don
y misterio”. «Había aprendido aquel
gesto de San Juan Maria Vianney» El recuerdo del cura de Ars no abandonará
nunca al vicario de Niegowic durante todo el tiempo que permanecerá allí. Después,
el joven pastor se dirige hacia la iglesia, donde saluda el Santísimo Sacramento
y se presenta al párroco. El anciano Kazimierz Buzala lo invita a instalarse en
una de las dos habitaciones de la pequeña casa parroquial, que compartirá con
el padre Kazimierz Ciuba, el vicario más viejo del pueblo, y con el padre
Franciszek Szymonek, otro sacerdote llegado hacia poco. […]
(Niegowic hoy)
El
sacerdote Wojtyla inicia su nueva vida en el campo de Niegowic, con los fatigosos deberes cotidianos. Los
vicarios del pueblo tienen algunas vacas, po9llos y conejos, cultivan el
huerto, se ocupan de los bosques, ayudan a recoger y trillar el trigo. Tienen a
su disposicòn algunas personas: una cocinera, una señora para la limpieza, y un
hombre para mantenimiento. Pero los dos años vividos fuera del país habían hecho olvidar a Karol Wojtyla que la mayoría
de sus compatriotas vive aun sin electricidad y sin agua corriente.
Las
jornadas del nuevo vicario comienzan a las 5 de la mañana y resultan muy
cansadoras por las numerosas tareas que pesan sobre él. En primer lugar el
catecismo: treinta horas a la semana en las escuelas elementales de los cinco
poblados cercanos. Es la tarea principal de un vicario, que además – en un tiempo
en el cual casi todos los niños se preparan para la primera comunión – se llama
catequista. A pie – raramente en
bicicleta – (que a Karol no le gusta), en carro o bien en invierno en trineo,
el joven vicario atraviesa campos y bosques desde Cichawa a Wiatowice, desde
Niewiarow a Pierzchow, desde Nieznamowice a Krakuszowice, aprovechando algunos
trayectos más largos para leer algo.
Siguen
las confesiones: en el período de la confirmación, en marzo Karol pasa de diez
a doce horas en el helado confesionario – la iglesia obviamente no tiene calefacción
– escuchando pacientemente las intrincadas preguntas de los campesinos de la
zona. Wojtyla interroga, responde, argumenta, anima….
«la
confesión – dirá después a su amigo Malinski – es la corona de nuestro trabajo
pastoral». Para resistir al desánimo y
mantener intacto el entusiasmo, piensa constantemente en el cura de Ars. Siguen
las tradicionales «visitas de Navidad», una costumbre que en Polonia tiene sólidas
raíces. El pequeño Lolek la había vivido en Wadowice, cuando siendo monaguillo
acompañaba al párroco Prochownik de casa en casa en los días que preceden a la
Navidad. Wojtyla descubre que aquellos contactos con los habitantes son insustituibles.
En la iglesia, vestidas con trajes dominicales, las personas parecen, en efecto, muy
diferentes, mientras que en familia son
más autenticas.
A
Karol le gustan sobre todo los encuentros afables que duran más de la hora
prevista. Sobre todo en Zarabie, la zona más pobre del municipio, a donde lleva
lo que otros, menos necesitados, le han regalado.
¡Pero
cuantos esfuerzos físicos tiene que afrontar!
Hablar, cantar villancicos, bendecir a derecha e izquierda, comer y
beber en cada casa que visita, andar, andar hasta el sufrimiento….
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