“El
desarrollo de la visita pastoral dependía de las condiciones de cada parroquia.
Había
situaciones muy diferentes. La visita a la comunidad parroquial de la basílica de
la Asunción en Cracovia, por ejemplo, duró dos meses: abarcaba numerosas
iglesias
y oratorios. Muy distinto fue el caso de Nowa Huta: allí no había iglesia, a
pesar
de contar con decenas de miles de habitantes. Existía solamente una capilla
pequeña anexa a la antigua escuela..El gobierno, en una ciudad socialista, como
tenia que ser Nowa Huta, no permitia la construcción de nuevas iglesias.
Precisamente
en Cracovia-Nowa Huta se produjo un áspero conflicto por la
construcción
de la iglesia. Aquel barrio de muchos miles de residentes estaba habitado en su
mayor parte por trabajadores de una gran industria metalúrgica que habían
venido de toda Polonia. Según el proyecto de las autoridades, Nowa Huta tenía
que ser un barrio socialista ejemplar, es decir, sin relación alguna con la Iglesia.
Sin embargo, no se podía olvidar que la gente, que había venido en busca de
trabajo, no estaba dispuesta a renunciar a sus raíces católicas.
El
conflicto comenzó en un gran barrio residencial, en Bieńczyce. Inicialmente, después de las primeras
solicitudes, las autoridades comunistas concedieron permiso para construir la
iglesia y asignaron también el terreno. La gente puso inmediatamente en él una
cruz. Sin embargo, el permiso acordado en tiempos del arzobispo Baziak fue
retirado y las autoridades decidieron que se quitara la cruz. La gente se opuso
decididamente. Siguió incluso un enfrentamiento con la policía, con víctimas y
heridos. El alcaide de la ciudad pedía que se calmara a la gente. Este fue uno
de los primeros episodios de una larga batalla por la libertad y la dignidad de
aquella población, que el destino había llevado a la parte nueva de Cracovia. Al
final se ganó esta batalla, pero al precio de una agotadora guerra de nervios.
Yo llevé las conversaciones con las autoridades, principalmente con el jefe de
la Oficina Provincial para las Cuestiones de las Confesiones. Era un hombre de
un comportamiento comedido durante las conversaciones, pero muy duro e intransigente
en las decisiones que tomaba después y que denotaban un ánimo desconfiado y
malévolo.
El
párroco, don Józef Gorzelany, asumió la tarea de la construcción de la iglesia
y consiguió terminarla. Una inteligente ocurrencia pastoral fue invitar a los parroquianos
a que cada uno llevara una piedra para la construcción de los cimientos y de
los muros. De este modo, todos se sintieron involucrados personalmente en la
edificación del nuevo templo.”
(Juan
Pablo II: ¡Levantaos, Vamos!, Editorial
Sudamericana, Buenos Aires)
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