El 20 de septiembre de 1984 el Santo Padre Juan Pablo II finalizaba su primera visita a Canadá como Papa; había estado allí en dos ocasiones anteriores en 1969 y en 1976 como cardenal. Visitaría nuevamente Canadá en 1987 y para la JMJ en 2002.
En esta visita de 12 días, cuyo lema – elegido por el Episcopado canadiense - era “Celebramos nuestra fe” que tuvo lugar entre los días 9 y 20 de septiembre de 1984, el Santo Padre cruzó el extenso país de un océano a otro , besando tierra canadiense en Québec.
Consideraba Fred Miller, O.M.I. que 55.000 jóvenes escuchando atentamente su sermón ya era de por si una especie de milagro en tierras de Québec.
Su visita comprendìa ocho provincias y territorios del noroeste (Santa Ana de Beaupré, Trois-Rivières, Montreal, St. John's, Moncton, Halifax, Toronto, Midland, Unionville, Winnipeg / San Bonifacio, Edmonton). Decía Juan Pablo II mismo en la Audiencia a su regreso que “hubiera deseado llegar a Fort Simpson, pero la niebla lo impidió. Así, después de un aterrizaje en Yellowknife con la esperanza de que se despejara el cielo, cosa que no sucedió, debí proseguir a Vancouver y luego a Ottawa-Hull” Sin embargo, a los aborígenes que lo esperaban ansiosos en Fort Simpson a orillas del rio Mackenzie, les prometió que volvería, que “se invitaba a regresar” y realizó esa visita en 1987.
En la audiencia a su regreso Juan Pablo II nombraba a los Santos y Beatos que venera, de modo particular, la Iglesia en tierra canadiense:— los Mártires jesuitas,— Santa Margarita Bourgeoys,— el Beato Francisco de Montmorency-Laval, primer obispo de Quebec,— la Beata madre María de la Encarnación,— la joven beata Catalina de Tekakwitha,— la Beata madre Margarita d'Youville,— la Beata madre María-Rosa Durocher,—el Beato hermano Andrés Bessette,
Y a los beatos Andrés Grasset y madre María Leonia Paradis, a quienes – decía “tuve la alegría de beatificar en Montreal”
Y a los beatos Andrés Grasset y madre María Leonia Paradis, a quienes – decía “tuve la alegría de beatificar en Montreal”
Su visita decía “ha tenido un carácter "ecuménico", que se ha manifestado sobre todo en la oración común con los hermanos separados” “en un clima social de Canadá propenso al desarrollo del diálogo con los representantes de todas las religiones, y con los hombres y los ambientes que no se identifican explícitamente con "credo" alguno, pero que, a la vez, tienen una gran estima de la religión y de la cristiandad por motivos, ante todo, de naturaleza ética”.
Leemos en Time que Juan Pablo II transformó rápidamente la típica reserva del canadiense en entusiasmo, cumpliendo al mismo tiempo su rol de Pontífice exhortativo y diligente pastor, urgiendo un “esfuerzo misionero” para desarrollar una nueva cultura que integre la modernidad preservando un profundo humanismo.
Tambien recuerda Fred Miller, O.M.I que a pesar de considerable resistencia a su mensaje, su enorme popularidad personal fue confirmada por las multitudes entusiastas que capearon el mal tiempo y hasta el barro para tener el privilegio de asistir a sus Misas.
En du despedida Juan Pablo II expresó “hemos celebrado conjuntamente, hemos rezado al Señor, hemos estado en comunión con El, escuchado su palabra….no puedo expresarles todo lo que guardo en mi corazón, pues excede lo que pueden expresar algunas palabras” y volvìa a lamentar no haber podido encontrarse con los aborígenes Inuit en Fort Simpson pero se iba confiado que la Divina Providencia le proporcionaría otra ocasión para hacerlo.
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