“Cuando concluía el Concilio Vaticano II estallo una grave crisis en Varsovia, por aquel proceso de “purificación de la memoria”…atacaron personalmente a Wojtyla con una carta publica, que obligaron a firmar a los trabajadores de la Solvay. Retiraron el pasaporte a Wyszynski. Y el régimen se ocupo sistemáticamente de boicotear las celebraciones de 1966 con motivo del Milenio, que trataba de recordar el aniversario del bautismo de Polonia y de la fundación del Estado nacional. Llegaron incluso a secuestrar la imagen de la Virgen Negra que era llevada en peregrinación por el país. Se prohibió la visita del Papa Pablo VI, y durante el periodo de mayor apogeo de las celebraciones, cerraron las fronteras durante mas de un mes….”
(Gian Franco Svidercoschi Historia de Karol)
Pero no lograron acobardar a la Iglesia polaca. He traducido una homilía del Arzobispo Karol Wojtyla del 25 de diciembre de 1965, “homilía ante el pesebre” que hay que leer pensando en aquel contexto, como decía Mons Rylko en su articulo Cracovia y Roma dos Iglesias hermanas “En la Polonia oprimida por el comunismo, cada una de estas palabras poseía un peso y significado especial.”
Pensando en ese contexto el Arzobispo Wojtyla sin duda debía aprovechar la ocasión de una homilía de Navidad ante la presencia de tantos fieles, teniendo justamente por eso la seguridad que era también escuchado por agentes del régimen, para enfatizar sobre ciertos conceptos que quizás podrían parecer ajenos a una homilía de Navidad, p.ej. tanto enfasis en el dialogo, por otro lado tema candente en aquellos años. Es de notar a su vez el espíritu, el aliento, el orgullo de ser obispo de su pueblo, de poder haber llevado a la Iglesia polaca al Concilio, el deseo de unión con todas las iglesias y el querer compartir esa intima unión con todos los polacos y con todo el mundo.
Homilía “Ante el pesebre”
“Concluido el Concilio Vaticano II hoy estamos concelebrando la Santa Misa en la real catedral metropolitana de Wawel. Hoy, día de Navidad, concelebramos la Santa Misa delante del altar de San Estanislao, obispo y mártir, patrono de Cracovia, de nuestra Arquidiócesis y de toda Polonia. Concelebramos quiere decir celebramos esta Santa Misa nosotros, Padres conciliares de nuestra Arquidiócesis que hemos participado en el Concilio Vaticano II. Celebrando juntos la Eucaristía queremos expresar la profunda verdad del Sacerdocio de Jesucristo. Cuando un sacerdote celebra la Santa Misa solo – lo sabemos - en el momento de la Eucaristía el sustituye a Jesucristo, como instrumento suyo vivo, inteligente y consciente; nosotros en el sacerdote vemos a Cristo mismo. Cuando varios celebramos juntos, o sea concelebramos, los concelebrantes comprendemos que hay un único sacerdote que celebra el Eterno Sacrificio que es Jesucristo. Todos los sacerdotes y obispos revestidos del sacramento sacerdotal se inclinan ante la profundísima y única plenitud del sacerdocio que pertenece a Jesucristo mismo.
Hoy celebrando la Eucaristía en agradecimiento a Dios, Uno en la Santísima Trinidad, por el Concilio, queremos inclinarnos todos juntos ante la plenitud del único Sacerdocio de Cristo, con fe y amor, lo miramos a El en el Pesebre de Belén: con la misma fe y amor Lo reconocemos presente – de modo sacramental, pero igualmente eficaz y abundante de Gracia – en la Santa Misa. Inclinándonos ante el Pesebre, vemos sobre la paja al Niño Jesús, Hijo de Dios, el Enviado del Padre, el Verbo encarnado. Miramos su primer momento terreno, el inicio de Su misión. El vino, vivió entre nosotros y entre nosotros quiere quedarse. Y es precisamente de esta manera que el Concilio Vaticano II mirando a Jesús en el Pesebre de Belén, ha vuelto a descubrir mas profundamente y mas plenamente su propia razón de ser. La Iglesia se ha redescubierto a si misma y ha afirmado que su realidad proviene del Misterio de la Encarnación, del misterio del Padre que envía a su Hijo y del misterio del Espíritu Santo, enviado por el Padre y el Hijo.
La Iglesia se constituye en una continuación autentica y homogénea de la «misión» divina del Hijo y del Espíritu Santo. He aquí la esencia mas profunda de la Iglesia. La «misión» del Hijo y del Espíritu Santo que se cumplió en el tiempo, aun perdura, perdura a través de los hombres que reciben al Hijo, y que a través de la acción interior de la Gracia, se convierten ellos mismos en Cuerpo Mastico de Cristo, y juntos en pueblo de Dios.
Estas verdades si bien simples esperan ser redescubiertas, formuladas y expresadas. Por ellas la Iglesia, en el Concilio Vaticano II ha formulado y expresado su propia y sobrenatural santa sustancia. Sin embargo, en estas definiciones la Iglesia no ha agotado sus trabajos, ni terminado su tarea. El Hijo de Dios que hoy contemplamos en el Pesebre, ha sido enviado al mundo y para el mundo; entró en el mundo, forma parte viva de los seres humanos, pertenece a la humanad y con ella permanece.
De la misma manera la Iglesia entró en el mundo, pertenece a la humanidad y con ella permanece en estrecho contacto. Por eso en el Concilio Vaticano II no ha bastado definir y formular la entidad interior de la Iglesia, sino que también era necesario expresar la actitud de la Iglesia hacia el mundo.
Y a este respecto quiero decirles que tuve la fortuna de participar, de modo singular, en los trabajos de esta parte del Concilio, se trato de hecho en el así llamado Esquema XIII, definido mas tarde, como Constitución pastoral, con el titulo «La Iglesia en el mundo contemporáneo» Por lo tanto todo lo que les digo proviene de mi experiencia personal. Veo ante mis ojos todas las reuniones de las comisiones durante el invierno y la primavera y últimamente, en otoño, la reunión de todo el Concilio. De cara al mundo de hoy urgían dos problemas evidenciados de modo particular. El primero se refiere al progreso y al desarrollo en el campo técnico y en los demás ámbitos. En armonía con tal progreso debería a su vez llevarse a cabo un desarrollo del hombre interior, de su humanidad, de su personalidad, del hombre que es persona creada a imagen y semejanza de Dios. Este es el problema de fondo. En neto contraste con ello vemos, sin embargo, signos que amenazan al hombre, originados precisamente en este progreso: el primero y más importante es la amenaza que constituye la guerra con todos sus medios de destrucción, que el progreso técnico y la nueva civilización han producido.
En este punto los sentimientos del Concilio y los de toda la humanidad coinciden. Estas inspiraciones del Concilio constituyen en cierto modo la continuación del pensamiento de Juan XXIII. Recuerdo el momento cuando me convoco en 1962 al Concilio y como, precisamente en el inicio de los trabajos, se vislumbraba la amenaza de una guerra. .Entonces, gracias al Papa, - así lo han reconocido todos – esa amenaza pudo ser evitada. Juan XXIII dedico el resto de sus días a la encíclica «Paz en la tierra»La idea y los sentimientos del Papa que convocó el Concilio continuaron con su sucesor Pablo VI. La misma dirección, una personalidad diferente. Lo he podido constatar habiendo tenido la suerte de estar cerca de ambos Pontífices, durante el Concilio. Profundizando con respecto a los peligros que afronta la humanidad y particularmente el peligro de la guerra, con focos potenciales en múltiples problemas y contrastes, y profundizando al mismo tiempo el postulado del desarrollo del hombre como persona, el Papa Pablo VI juntamente con el Concilio, continuando la linea de Su predecesor, elaboraron la formula justa, un principio valido para hacer prevalecer la armonía ante los problemas de la humanidad de hoy. El nombre de esta formula es «diálogo». Podríamos decir que la palabra «dialogo», termino que conocemos y utilizamos con frecuencia es como un equivalente del termino «conversación»? Cuando dos personas hablan entre ellas decimos que se trata de un dialogo, en cambio cuando habla una sola, decimos que se trata de un monologo. Esta explicación sin embargo es superficial. Dialogo quiere decir mucho mas que una simple conversación. Un intercambio de ideas y palabras. El dialogo representa una actitud humana, que deriva del hecho que el hombre es «persona» llamado a convivir con los demás en la sociedad. El dialoga requiere no solo capacidad de hablar, sino también de escuchar: capacidad de hablar de modo tal que el otro pueda comprender y capacidad de escuchar tendiente a comprender al otro. El dialogo representa una actitud humana, propia de la persona dotada de razón social, y al mismo tiempo se trata de una actitud profundamente cristiana. Porque puede servir a distender el odio y las luchas entre los hombres. Dialogo y lucha son dos términos que se contraponen entre ellos.
Y por eso la Iglesia de hoy, por medio de su Pontífice, a través del Concilio, le dice a los hombres de todo el mundo: no basemos mas las relaciones humanas en la lucha, hagámoslo mas bien en el dialogo.
El dialogo es una expresión fundamental para la Iglesia de hoy. Podemos constatar su valor en la vida cotidiana. Sabemos que también entre dos personas, entre marido y mujer, el dialogo sirve para resolver satisfactoriamente los problemas. Si alguno de nosotros viviese en su monologo, estaría arriesgando pasar a la lucha, porque el monologo lleva a menudo a la lucha. Si pienso a mi manera, digo aquello que quiero, sin preocuparme en lo màs mìnimo que el otro me escuche o me entienda, porque tampoco yo lo siento o le comprendo, se llega fatalmente a un enfrentamiento.
Y esto ocurre en todos los niveles, superiores e inferiores.
Si la humanidad de los siglos pasados pudo, osare decir, permitirse ir a la guerra, nuestra generación no lo puede permitir más, teniendo a disposición medios tan tremendos de destrucción.
De estas consideraciones nuestras sobre el mundo y su misión en la Iglesia, se evidencia cada vez mas qué se entiende fundamentalmente por dialogo.
La Iglesia se constituye en una continuación autentica y homogénea de la «misión» divina del Hijo y del Espíritu Santo. He aquí la esencia mas profunda de la Iglesia. La «misión» del Hijo y del Espíritu Santo que se cumplió en el tiempo, aun perdura, perdura a través de los hombres que reciben al Hijo, y que a través de la acción interior de la Gracia, se convierten ellos mismos en Cuerpo Mastico de Cristo, y juntos en pueblo de Dios.
Estas verdades si bien simples esperan ser redescubiertas, formuladas y expresadas. Por ellas la Iglesia, en el Concilio Vaticano II ha formulado y expresado su propia y sobrenatural santa sustancia. Sin embargo, en estas definiciones la Iglesia no ha agotado sus trabajos, ni terminado su tarea. El Hijo de Dios que hoy contemplamos en el Pesebre, ha sido enviado al mundo y para el mundo; entró en el mundo, forma parte viva de los seres humanos, pertenece a la humanad y con ella permanece.
De la misma manera la Iglesia entró en el mundo, pertenece a la humanidad y con ella permanece en estrecho contacto. Por eso en el Concilio Vaticano II no ha bastado definir y formular la entidad interior de la Iglesia, sino que también era necesario expresar la actitud de la Iglesia hacia el mundo.
Y a este respecto quiero decirles que tuve la fortuna de participar, de modo singular, en los trabajos de esta parte del Concilio, se trato de hecho en el así llamado Esquema XIII, definido mas tarde, como Constitución pastoral, con el titulo «La Iglesia en el mundo contemporáneo» Por lo tanto todo lo que les digo proviene de mi experiencia personal. Veo ante mis ojos todas las reuniones de las comisiones durante el invierno y la primavera y últimamente, en otoño, la reunión de todo el Concilio. De cara al mundo de hoy urgían dos problemas evidenciados de modo particular. El primero se refiere al progreso y al desarrollo en el campo técnico y en los demás ámbitos. En armonía con tal progreso debería a su vez llevarse a cabo un desarrollo del hombre interior, de su humanidad, de su personalidad, del hombre que es persona creada a imagen y semejanza de Dios. Este es el problema de fondo. En neto contraste con ello vemos, sin embargo, signos que amenazan al hombre, originados precisamente en este progreso: el primero y más importante es la amenaza que constituye la guerra con todos sus medios de destrucción, que el progreso técnico y la nueva civilización han producido.
En este punto los sentimientos del Concilio y los de toda la humanidad coinciden. Estas inspiraciones del Concilio constituyen en cierto modo la continuación del pensamiento de Juan XXIII. Recuerdo el momento cuando me convoco en 1962 al Concilio y como, precisamente en el inicio de los trabajos, se vislumbraba la amenaza de una guerra. .Entonces, gracias al Papa, - así lo han reconocido todos – esa amenaza pudo ser evitada. Juan XXIII dedico el resto de sus días a la encíclica «Paz en la tierra»La idea y los sentimientos del Papa que convocó el Concilio continuaron con su sucesor Pablo VI. La misma dirección, una personalidad diferente. Lo he podido constatar habiendo tenido la suerte de estar cerca de ambos Pontífices, durante el Concilio. Profundizando con respecto a los peligros que afronta la humanidad y particularmente el peligro de la guerra, con focos potenciales en múltiples problemas y contrastes, y profundizando al mismo tiempo el postulado del desarrollo del hombre como persona, el Papa Pablo VI juntamente con el Concilio, continuando la linea de Su predecesor, elaboraron la formula justa, un principio valido para hacer prevalecer la armonía ante los problemas de la humanidad de hoy. El nombre de esta formula es «diálogo». Podríamos decir que la palabra «dialogo», termino que conocemos y utilizamos con frecuencia es como un equivalente del termino «conversación»? Cuando dos personas hablan entre ellas decimos que se trata de un dialogo, en cambio cuando habla una sola, decimos que se trata de un monologo. Esta explicación sin embargo es superficial. Dialogo quiere decir mucho mas que una simple conversación. Un intercambio de ideas y palabras. El dialogo representa una actitud humana, que deriva del hecho que el hombre es «persona» llamado a convivir con los demás en la sociedad. El dialoga requiere no solo capacidad de hablar, sino también de escuchar: capacidad de hablar de modo tal que el otro pueda comprender y capacidad de escuchar tendiente a comprender al otro. El dialogo representa una actitud humana, propia de la persona dotada de razón social, y al mismo tiempo se trata de una actitud profundamente cristiana. Porque puede servir a distender el odio y las luchas entre los hombres. Dialogo y lucha son dos términos que se contraponen entre ellos.
Y por eso la Iglesia de hoy, por medio de su Pontífice, a través del Concilio, le dice a los hombres de todo el mundo: no basemos mas las relaciones humanas en la lucha, hagámoslo mas bien en el dialogo.
El dialogo es una expresión fundamental para la Iglesia de hoy. Podemos constatar su valor en la vida cotidiana. Sabemos que también entre dos personas, entre marido y mujer, el dialogo sirve para resolver satisfactoriamente los problemas. Si alguno de nosotros viviese en su monologo, estaría arriesgando pasar a la lucha, porque el monologo lleva a menudo a la lucha. Si pienso a mi manera, digo aquello que quiero, sin preocuparme en lo màs mìnimo que el otro me escuche o me entienda, porque tampoco yo lo siento o le comprendo, se llega fatalmente a un enfrentamiento.
Y esto ocurre en todos los niveles, superiores e inferiores.
Si la humanidad de los siglos pasados pudo, osare decir, permitirse ir a la guerra, nuestra generación no lo puede permitir más, teniendo a disposición medios tan tremendos de destrucción.
De estas consideraciones nuestras sobre el mundo y su misión en la Iglesia, se evidencia cada vez mas qué se entiende fundamentalmente por dialogo.
La Iglesia y el Concilio lo deducen no solamente de la situación cotidiana del hombre y de la sociedad, sino de manera especial del Pesebre, de la Cruz. Así Pablo VI se expresa en su primera Encíclica de 1964 que comienza con las palabras «Ecclesiam Suam». La Revelación, la Redención y la fe, la oración, toda la vida cristiana, he aquí el dialogo: el dialogo de Dios con el hombre y del hombre con Dios. Por medio de este dialogo que el Padre Eterno sostiene con el hombre por medio de su Hijo, y del Espíritu Santo, El nos enseña como hallar los métodos para dialogar los difíciles problemas humanos. Esto es precisamente lo que este Concilio ha buscado discernir y descifrar del Pesebre, de la Revelación, del Calvario, para poder luego anunciarlo a la humanidad de hoy.
Hoy espero transmitir a ustedes uno de los conceptos y principios fundamentales de la Iglesia que se ha renovado durante el Concilio Vaticano II. La Iglesia no solo ha formulado ideas y proclamado principios. La Iglesia busca abrir el dialogo, dar el ejemplo en la solución de los problemas controvertidos. De esta manera la Iglesia entabla el dialogo con los creyentes de las demás religiones, entra en dialogo con los no creyentes, con los ateos, o al menos intenta hacerlo.Naturalmente son los primeros pasos, pero son pasos profundamente meditados, dictados por la premura por el bien del hombre y de la humanidad. No solo por el bien de la Iglesia, sino por el bien de la humanidad entera. La Iglesia inclinándose ante el Pesebre y arrodillándose ante la Cruz, es conciente que toda la humanidad ha sido redimida, que la misión del Hijo y del Espíritu Santo ha sido destinada a toda la humanidad, es conciente que su misión se dirige a toda la humanidad. Hoy les transmito esta toma de conciencia enriquecida de la Iglesia.Concelebramos nuestra Santa Misa de Navidad ante la tumba de San Estanislao, obispo y mártir. Podría parecerles extraño esta combinación de cuna-tumba pero nos encontramos aquí porque de esta tumba nace una vida. En el cuadro de la perenne realización de la actividad divina situamos también el nacimiento de la Iglesia en nuestra Patria. De este nacimiento ésta es la cuna. No digo que sea la primera, en sentido absoluto, pero de modo significativo lo es. De esta manera estamos ante la cuna de la fe de Polonia, estamos ante el Pesebre, estamos ante el símbolo del nacimiento"
2 comentarios:
Querida Ljudmila, que tengas un nacimiento pleno de alegría y esperanza junto a los tuyos.
¡Feliz Navidad! y un gran abrazo
Paz y Bien
Ricardo
Gracias Ricardo, tambien a ti y atodos tus seres queridos.Ljudmila
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