Segundo Domingo de Adviento
«Preparad el camino del Señor, allanad su senderos. Todos verán la salvación de Dios» (Aleluya; cf. Lc 3, 4. 6).
“El eco de la predicación de Juan Bautista, la «voz que grita en el desierto» (Lc 3, 4; cf. Is 40, 3), llega hasta nosotros en este segundo domingo de Adviento. Él, que es el Precursor, el que recibió la misión de preparar al pueblo elegido para la venida del Salvador prometido, sigue invitándonos también hoy a la conversión, para salir al encuentro del Señor que viene.
. «Revístete de las galas perpetuas de la gloria que Dios te da» (Ba 5, 1). Con esta exhortación, en la época del exilio babilónico, el profeta Baruc invitaba a sus compatriotas a recorrer el sendero de la santidad. Y ahora nos impulsa también a nosotros a tender siempre a la santidad, para salir al encuentro, del Señor que viene, con las buenas obras. En efecto, para este fin estamos llamados a rebajar «todos los montes elevados, todas las colinas encumbradas» y a «llenar los barrancos» (Ba 5, 7).
Es lo mismo que nos recomienda el profeta Isaías, cuyas palabras san Lucas refiere a la misión del Bautista. Nos exhortan a enderezar los senderos de la injusticia y allanar los lugares escabrosos de la mentira, a rebajar los montes del orgullo y llenar los barrancos de la duda y del desaliento (cf. Lc 3, 4-5).
. «Revístete de las galas perpetuas de la gloria que Dios te da» (Ba 5, 1). Con esta exhortación, en la época del exilio babilónico, el profeta Baruc invitaba a sus compatriotas a recorrer el sendero de la santidad. Y ahora nos impulsa también a nosotros a tender siempre a la santidad, para salir al encuentro, del Señor que viene, con las buenas obras. En efecto, para este fin estamos llamados a rebajar «todos los montes elevados, todas las colinas encumbradas» y a «llenar los barrancos» (Ba 5, 7).
Es lo mismo que nos recomienda el profeta Isaías, cuyas palabras san Lucas refiere a la misión del Bautista. Nos exhortan a enderezar los senderos de la injusticia y allanar los lugares escabrosos de la mentira, a rebajar los montes del orgullo y llenar los barrancos de la duda y del desaliento (cf. Lc 3, 4-5).
(de la homilía del Siervo de Dios Juan Pablo II en su visita a la parroquia romana de Santo Domingo Savio el domingo 7 de diciembre de 1997)
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