“Yo estaba en la Plaza San Pedro, cerca del portón de entrada a la basílica. Fue allí donde oí al cardenal Pericle Felici anunciar el nombre del nuevo Papa.
¡Era mi obispo! ¡Era mi obispo!
Si, por cierto, estaba exultante, pero me sentía bloqueado, petrificado.
Si, por cierto, estaba exultante, pero me sentía bloqueado, petrificado.
Pensé para mis adentros: «¡Ha sucedido!».
Ha sucedido lo que se pensaba que no debía suceder….
En Cracovia había gente que rezaba para que no fuese electo, querían que permaneciera en la diócesis, que no se fuera.
Nadie creía que algo semejante podría suceder.
Y sin embargo había sucedido! Había sucedido!
Alguien salio a localizarme entre la multitud, vino a buscarme y me acompañó a la entrada del conclave, que aun estaba cerrado.
Frente a la Comisión se abrieron las puertas del conclave y me acompañaron al interior donde el Santo Padre ya estaba cenando con todos los miembros del Sacro Colegio.
Alguien salio a localizarme entre la multitud, vino a buscarme y me acompañó a la entrada del conclave, que aun estaba cerrado.
Frente a la Comisión se abrieron las puertas del conclave y me acompañaron al interior donde el Santo Padre ya estaba cenando con todos los miembros del Sacro Colegio.
Cuando entré, el cardenal camarlengo Jean Villot se puso de pie y sonriendo me presentó al nuevo Papa.
Fue un encuentro muy sencillo, pero para mí, de una emoción extraordinaria. El me miraba, quizás tratando de entender como reaccionaría al verlo vestido así.
No decía nada, y sin embargo me hablaba con aquella mirada suya que te penetraba.
Estaba ante el pastor de la Iglesia universal, el Papa, y en aquel momento comprendí definitivamente que no era más el cardenal Karol Wojtyla sino Juan Pablo II,
el sucesor de Pedro…”
Stanislaw Dziwisz Una vida con Karol
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