“«Si alguno dice: "Amo a Dios", y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano» (1 Jn 4, 20-21). La virtud teologal de la caridad, de la que hablamos en la catequesis anterior (1) se expresa en dos direcciones: hacia Dios y hacia el prójimo.
En ambos aspectos es fruto del dinamismo de la vida de la Trinidad en nuestro interior. En efecto, la caridad tiene su fuente en el Padre, se revela plenamente en la Pascua del Hijo, crucificado y resucitado, y es infundida en nosotros por el Espíritu Santo. En ella Dios nos hace partícipes de su mismo amor.
Quien ama de verdad con el amor de Dios, amará también al hermano como él lo ama. Aquí radica la gran novedad del cristianismo: no puede amar a Dios quien no ama a sus hermanos, creando con ellos una íntima y perseverante comunión de amor”
“«Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Como yo os he amado, así también amaos los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros» (Jn 13, 34-35)”…. Sólo quien practica ambos mandamientos, (*) está cerca del reino de Dios, como dice Jesús respondiendo al escriba que le había hecho la pregunta (cf. Mc 12, 28-34).” (de la audiencia-catequesis del 20 de octubre de 1999)
(1) “La caridad constituye la esencia del «mandamiento» nuevo que enseñó Jesús. En efecto, la caridad es el alma de todos los mandamientos, cuya observancia es ulteriormente reafirmada, más aún, se convierte en la demostración evidente del amor a Dios: «En esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos» (1 Jn 5, 3). Este amor, que es a la vez amor a Jesús, representa la condición para ser amados por el Padre: «El que recibe mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo lo amaré y me manifestaré a él» (Jn 14, 21)” (Audiencia 13 de octubre 1999)
“La fe, la esperanza y la caridad son como tres estrellas que brillan en el cielo de nuestra vida espiritual para guiarnos hacia Dios. Son, por excelencia, las virtudes "teologales": nos ponen en comunión con Dios y nos llevan a él. Forman un tríptico que tiene su vértice en la caridad, el agape, que canta de forma excelsa san Pablo en un himno de la primera carta a los Corintios. Ese himno concluye con la siguiente declaración: "Ahora permanecen estas tres cosas: la fe, la esperanza y la caridad, pero la más excelente de ellas es la caridad" (1 Co 13, 13)”
(*) 2055 "Cuando le hacen la pregunta: ‘¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?’ (Mt 22, 36), Jesús responde: ‘Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas’ (Mt 22, 37-40; cf Dt 6, 5; Lv 19, 18). El Decálogo debe ser interpretado a la luz de este doble y único mandamiento de la caridad, plenitud de la Ley" (Catecismo de la Iglesia Católica)
Invito leer
Las virtudes – La caridad del P. Wojciech Giertych o.p. Teólogo de la Casa Pontificia en Totus Tuus Nr 3 marzo 2008
y visitar mi entrada anterior: Primera audiencia general de Juan Pablo II
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