«Tuve hambre y me disteis de
comer,
tuve sed y me disteis de beber,
fui forastero y me hospedasteis,
estuve desnudo y me vestisteis,
enfermo y me visitasteis,
en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25,35-36).
“Hoy
la humanidad necesita hombres y mujeres, y en especial jóvenes como vosotros,
que no quieran vivir sus vidas «a medias», jóvenes dispuestos a entregar sus
vidas para servir generosamente a los hermanos más pobres y débiles, a
semejanza de Cristo, que se entregó completamente por nuestra salvación. Ante
el mal, el sufrimiento, el pecado, la única respuesta posible para el discípulo
de Jesús es el don de sí mismo, incluso de la vida, a imitación de Cristo; es
la actitud de servicio. Si uno, que se dice cristiano, no vive para servir, no
sirve para vivir. Con su vida reniega de Jesucristo.
En
esta tarde, queridos jóvenes, el Señor os invita de nuevo a que seáis
protagonistas de vuestro servicio; quiere hacer de vosotros una
respuesta concreta a las necesidades y sufrimientos de la humanidad;
quiere que seáis un signo de su amor misericordioso para nuestra época. Para
cumplir esta misión, él os señala la vía del compromiso personal y del
sacrificio de sí mismo: es la vía de la cruz. La vía de la cruz es la vía de la
felicidad de seguir a Cristo hasta el final, en las circunstancias a menudo
dramáticas de la vida cotidiana; es la vía que no teme el fracaso, el
aislamiento o la soledad, porque colma el corazón del hombre de la plenitud de
Cristo. La vía de la cruz es la vía de la vida y del estilo de Dios, que Jesús
manda recorrer a través también de los senderos de una sociedad a veces
dividida, injusta y corrupta.
La
vía de la cruz no es una costumbre sadomasoquista; la vía de la cruz es la
única que vence el pecado, el mal y la muerte, porque desemboca en la luz
radiante de la resurrección de Cristo, abriendo el horizonte a una vida nueva y
plena. Es la vía de la esperanza y del futuro. Quien la recorre con generosidad
y fe, da esperanza al futuro y a la humanidad.
Queridos
jóvenes, en aquel Viernes Santo muchos discípulos regresaron a sus casas
tristes, otros prefirieron ir al campo para olvidar un poco la cruz. Me
pregunto —pero contestad cada uno de vosotros en silencio, en vuestro corazón,
en el propio corazón—: ¿Cómo deseáis regresar esta noche a vuestras casas, a
vuestros alojamientos, a vuestras tiendas? ¿Cómo deseáis volver esta noche a
encontraros con vosotros mismos? El mundo nos mira. Corresponde a cada uno de
vosotros responder al desafío de esta pregunta.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario