“Permitidme
que termine esta parte de mis consideraciones recordando las palabras con las
que el Evangelio habla de la juventud misma de Jesús de Nazaret. Éstas
son breves, aunque abarcan el período de treinta años transcurridos por Él en
el hogar familiar, al lado de María y José, el carpintero. El evangelista Lucas
escribe: «Jesús crecía (o progresaba) en sabiduría y edad y gracia ante Dios y
ante los hombres» (Lc 2,
52).
Así
pues, la juventud
es un «crecimiento». A la luz de todo lo que se ha dicho hasta ahora sobre este
tema, tal palabra evangélica parece ser particularmente sintética
y sugestiva. El
crecimiento «en edad» se refiere a la relación natural del hombre con el
tiempo; este crecimiento es como una etapa «ascendente» en el
conjunto del pasar humano. A este corresponde todo el desarrollo psicofísico;
es el crecimiento de todas las energías, por medio de las cuales se constituyela
normal individualidad. Pero es necesario que a este proceso corresponda el
crecimiento «en sabiduría y en gracia».
A
todos vosotros, queridos jóvenes amigos, deseo precisamente tal «crecimiento».
Puede decirse que por
medio de éste la juventud es precisamente la
juventud. De
este modo ella adquiere su característica propia e irrepetible. De este modo
ella llega a cada uno y a cada una de vosotros, en la experiencia personal y a
la vez comunitaria, como un valor especial. Y de manera
parecida, ella se consolida también en la experiencia de los hombres adultos,
que ya tienen la juventud detrás de sí, y que de la etapa «ascendente» van
pasando a la «descendente» haciendo el balance global de la vida.
Conviene
que la juventud sea un «crecimiento» que lleve consigo la
acumulación gradual de todo lo que es verdadero, bueno y bello, incluso
cuando ella esté unida «desde fuera» a los sufrimientos, a la pérdida de
personas queridas y a toda la experiencia del mal, que incesantemente se hace
sentir en el mundo en que vivimos.
Es
necesario que la juventud sea un «crecimiento». Para ello es de enorme
importancia el contacto
con el mundo visible, con la naturaleza. Esta relación nos enriquece durante la
juventud de modo distinto al de la ciencia sobre el mundo «sacada de los
libros». Non enriquece de manera directa. Se podría decir que, permaneciendo en
contacto con la naturaleza, nosotros asumimos en nuestra existencia humana el
misterio mismo de la creación, que se abre ante nosotros con inaudita
riqueza y variedad de seres visibles y al mismo tiempo invita constantemente
hacia lo que está escondido, que es invisible. La
sabiduría –ya
sea por boca de los libros inspirados (cf. por ej. Sal 104
[103]; 19 [18]; Sab13,
1-9; 7. 15-20) como por el testimonio de muchas mentes geniales– parece poner
en evidencia de
diversos modos «la transparencia del mundo». Es bueno para el hombre leer en
este libro admirable, que es el «libro de naturaleza», abierto de par en par
para cada uno de nosotros. Lo que una mente joven y un corazón joven leen en él
parece estarsincronizado profundamente con la
exhortación a la Sabiduría: «Adquiere la sabiduría, compra la inteligencia...
No la abandones y te guardará; ámala y ella te custodiará» (Prov 4, 5
s.).
El
hombre actual, especialmente en el ámbito de la civilización técnica e
industrial altamente desarrollada, ha llegado a ser en gran escala el
explorador de la naturaleza, tratándola no pocas veces de manera utilitaria,
destruyendo así muchas de sus riquezas y atractivos y contaminando el
ambiente natural de
su existencia terrena. La naturaleza, en cambio, ha sido dada al hombre como
objeto de admiración y contemplación, como un gran espejo del mundo. Se refleja
en ella la
alianza del Creador con
su criatura, cuyo
centro ya desde el principio se encuentra en el hombre, creado directamente «a
imagen» de su Creador.
Por
esto deseo también a vosotros, jóvenes, que vuestro crecimiento «en edad y
sabiduría» tenga 1ugar mediante el contacto con la naturaleza. ¡Buscad tiempo
para ello! ¡No lo escatiméis! Aceptad también la fatiga y el esfuerzo que este
contacto supone a veces, especialmente cuando deseamos alcanzar objetivos
particularmente importantes. Esta fatiga es creativa, y constituye a la vez el
elemento de un sano
descanso que
es necesario, igual que el estudio y el trabajo.
Esta
fatiga y este esfuerzo poseen también su calificación bíblica, especialmente en
San Pablo, que compara toda la vida cristiana a una competición
en el estadio deportivo (Cf. 1Cor 9,
24-27).
A
cada una y a cada uno de vosotros son necesarios esta fatiga y este esfuerzo,
en los que no sólo se templa el cuerpo, sino que el hombre entero prueba el
gozo de dominarse y de
superar los obstáculos y resistencias. Ciertamente, éste es uno de los
elementos del «crecimiento» que caracteriza a la juventud.
Os
deseo, también, que este «crecimiento» tenga lugar a través del contacto con
las obras del hombre y,
más aún, con los hombres
vivos. ¡Cuántas
son las obras que los hombres han realizado en la historia! ¡Cuán grande es su
riqueza y variedad! La juventud parece ser particularmente sensible a la
verdad, al bien y a la belleza, que están contenidas en las obras del hombre.
Permaneciendo en contacto con ellas en el terreno de tantas culturas diversas,
de tantas artes y ciencias, nosotros aprendemos la verdad sobre el
hombre (expresada
tan sugestivamente también en el Salmo 8), la verdad que es capaz de formar y
de profundizar la humanidad de cada uno de nosotros.
De
manera particular, sin embargo, estudiamos al hombre teniendo relaciones
con los hombres. Conviene
que la juventud os permita crecer «en sabiduría» mediante este contacto. Éste
es, en efecto, el tiempo en que se establecen nuevos contactos, compañías
y amistades, en
un ámbito más amplio que el de la familia. Se abre el gran campo de la
experiencia, que posee no sólo una importancia cognoscitiva, sino al mismo
tiempo educativa y ética. Toda esta experiencia de la juventud será útil, cuando
produzca en cada uno y cada una de vosotros también el sentido crítico y, ante
todo, la
capacidad de discernimiento en todo aquello que es humano. Feliz
será esta experiencia de la juventud, si gradualmente aprendéis de ella aquella
esencial verdad
sobre el hombre –sobre
cada hombre y sobre uno mismo– la verdad que es sintetizada así en el insigne
texto de la Constitución pastoral Gaudium et spes: «El hombre, única criatura
terrestre a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrar su propia
plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás» (Gaudium et spes, 24).
Así
aprendemos a conocer a los hombres para ser más plenamente hombres mediante la
capacidad de «darse», de serhombre «para los demás». Esta verdad
sobre el hombre –esta antropología– encuentra su culmen inalcanzable en Jesús de
Nazaret. Por
esto es tan importante también su adolescencia, mientras «crecía en
sabiduría... y gracia ante Dios y ante los hombres».
Os
deseo este «crecimiento» mediante el contacto con Dios. Puede
ayudar para ello –indirectamente– también el contacto con la naturaleza y con
los hombres; pero de modo directo ayuda en ello especialmente
la oración. ¡Orad
y aprended a orar! Abrid vuestros corazones y vuestras conciencias ante Aquél
que os conoce mejor que vosotros mismos. ¡Hablad con Él! Profundizad en la
Palabra del Dios vivo, leyendo y meditando la Sagrada Escritura.
Estos
son los
métodos y medios para
acercarse a Dios y tener contacto con Él. Recordad que se trata de una relación
recíproca. Dios
responde también
con la más «gratuita entrega de sí mismo», don que en el lenguaje bíblico se
llama «gracia». ¡Tratad de vivir en gracia de Dios!
Esto
por lo que se refiere al tema del «crecimiento», del que escribo señalando
solamente los principales problemas; cada uno de ellos es susceptible de una
discusión más amplia. Espero que esto tenga lugar en los diversos ambientes
juveniles y
grupos, en los movimientos y en las organizaciones, que son tan numerosas en
los distintos países y en cada continente, mientras cada uno es guiado por su
propio método de
trabajo espiritual y de apostolado. Estos organismos, con la participación
de los Pastores de la Iglesia, desean indicar a los jóvenes el camino de aquel
«crecimiento» que constituye, en cierto sentido, la
definición evangélica de la juventud.”
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