“El
pueblo polaco se caracteriza por la memoria. Siempre me ha impresionado el
agudo sentido de la historia del Papa Juan Pablo II. Cuando hablaba de los pueblos,
partía de su historia para resaltar sus tesoros de humanidad y espiritualidad.
La conciencia de identidad, libre de complejos de superioridad, es esencial
para organizar una comunidad nacional basada en su patrimonio humano, social,
político, económico y religioso, para inspirar a la sociedad y la cultura,
manteniéndolas fiel a la tradición y, al mismo tiempo, abiertas a la renovación
y al futuro. En esta perspectiva, han celebrado recientemente el 1050
aniversario del Bautismo de Polonia. Ha sido ciertamente un momento intenso de
unidad nacional, confirmando cómo la concordia, aun en la diversidad de
opiniones, es el camino seguro para lograr el bien común de todo el pueblo
polaco.
[…]
En
la vida cotidiana de cada persona, como en la de cada sociedad, hay… dos tipos
de memoria: la buena y la mala, la positiva y la negativa. La memoria buena es
la que nos muestra la Biblia en el Magnificat, el cántico de María
que alaba al Señor y su obra de salvación. En cambio, la memoria negativa es la
que fija obsesivamente la atención de la mente y del corazón en el mal, sobre
todo el cometido por otros. Al mirar vuestra historia reciente, doy gracias a
Dios porque habéis sabido hacer prevalecer la memoria buena: por ejemplo,
celebrando los 50 años del perdón ofrecido y recibido recíprocamente entre el
episcopado polaco y el alemán tras la Segunda Guerra Mundial. La iniciativa,
que implicó inicialmente a las comunidades eclesiales, desencadenó también un
proceso social, político, cultural y religioso irreversible, cambiando la
historia de las relaciones entre los dos pueblos. En este sentido, recordemos
también la Declaración conjunta entre la Iglesia Católica en Polonia y la
ortodoxa de Moscú: un gesto que dio inicio a un proceso de acercamiento y
hermandad, no sólo entre las dos Iglesias, sino también entre los dos pueblos.
La
noble nación polaca muestra así cómo se puede hacer crecer la memoria buena y
dejar de lado la mala. Para esto se requiere una firme esperanza y confianza en
Aquel que guía los destinos de los pueblos, abre las puertas cerradas,
convierte las dificultades en oportunidades y crea nuevos escenarios allí donde
parecía imposible. Lo atestiguan precisamente las vicisitudes históricas de
Polonia: después de la tormenta y de la oscuridad, vuestro pueblo, recobrada ya
su dignidad, ha podido cantar, como los israelitas al regresar de Babilonia:
«Nos parecía soñar: [...] Nuestra boca se llenaba de risas, la lengua de
cantares» (Sal126,1-2). El ser conscientes del camino recorrido, y la
alegría por las metas logradas, dan fuerza y serenidad para afrontar los retos
del momento, que requieren el valor de la verdad y un constante compromiso
ético, para que los procesos decisionales y operativos, así como las relaciones
humanas, sean siempre respetuosos de la dignidad de la persona.”
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