“Para nosotros, los discípulos, es muy importante
poner la humanidad en contacto con la carne del Señor, es decir, llevarle a él,
con confianza y total sinceridad, hasta el fondo, lo que somos. Jesús, como
dijo a santa Faustina, se alegra de que hablemos de todo, no se cansa de
nuestras vidas, que ya conoce; espera que la compartamos, incluso que le
contemos cada día lo que nos ha pasado (cf. Diario, 6 septiembre 1937). Así se busca a Dios, con una
oración que sea transparente y no se olvide de confiar y encomendar las
miserias, las dificultades y las resistencias. El corazón de Jesús se conquista
con la apertura sincera, con los corazones que saben reconocer y llorar las
propias debilidades, confiados en que precisamente allí actuará la divina
misericordia. ¿Qué es lo que nos pide Jesús? Quiere corazones verdaderamente
consagrados, que viven del perdón que han recibido de él, para derramarlo con
compasión sobre los hermanos. Jesús busca corazones abiertos y tiernos con los
débiles, nunca duros; corazones dóciles y transparentes, que no disimulen ante
los que tienen la misión en la Iglesia de orientar en el camino. El discípulo
no duda en hacerse preguntas, tiene la valentía de sentir la duda y de llevarla
al Señor, a los formadores y a los superiores, sin cálculos ni reticencias. El
discípulo fiel lleva a cabo un discernimiento atento y constante, sabiendo que
cada día hay que educar el corazón, a partir de los afectos, para huir de toda
doblez en las actitudes y en la vida.”
sábado, 30 de julio de 2016
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