Celebramos hoy la festividad de Nuestra Señora del
Rosario y queria compartir con los lectores del blog este trozo
de ternura de la homilía del Santo Padre Benedicto XVI en
la Santa Misa con los enfermos celebrada en la Basílica de Nuestra Señora del
Rosario en Lourdes con ocasión de su viaje apostólico a Francia para el 150º aniversario de las apariciones de
Lourdes
"El
salmista, vislumbrando de lejos el vínculo maternal que une a la Madre de
Cristo con el pueblo creyente, profetiza a propósito de la Virgen María que “los más ricos del pueblo buscan tu
sonrisa” (Sal 44,13). De este modo, movidos por la Palabra inspirada de la
Escritura, los cristianos han buscado siempre la sonrisa de Nuestra Señora, esa
sonrisa que los artistas en la Edad Media han sabido representar y resaltar tan
prodigiosamente. Este sonreír de María es para todos; pero se dirige muy
especialmente a quienes sufren, para que encuentren en Ella consuelo y sosiego.
Buscar la sonrisa de María no es sentimentalismo devoto o desfasado, sino más
bien la expresión justa de la relación viva y profundamente humana que nos une
con la que Cristo nos ha dado como Madre.
Desear contemplar la sonrisa de la Virgen no es dejarse llevar por una
imaginación descontrolada. La Escritura misma nos la desvela en los labios de
María cuando entona el Magnificat: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se
alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador” (Lc 1,46-47). Cuando la Virgen María
da gracias a Dios nos convierte en testigos. María, anticipadamente, comparte
con nosotros, sus futuros hijos, la alegría que vive su corazón, para que se
convierta también en la nuestra. Cada vez que se recita el Magnificat nos hace
testigos de su sonrisa. Aquí, en Lourdes, durante la aparición del miércoles, 3
de marzo de 1858, Bernadette contempla de un modo totalmente particular esa
sonrisa de María. Ésa fue la primera respuesta que la Hermosa Señora dio a la
joven vidente que quería saber su identidad. Antes de presentarse a ella
algunos días más tarde como “la Inmaculada Concepción”, María le dio a conocer primero
su sonrisa, como si fuera la puerta de entrada más adecuada para la revelación
de su misterio.
En la sonrisa que nos dirige la más destacada de todas las criaturas, se
refleja nuestra dignidad de hijos de Dios (…) es reflejo verdadero de la
ternura de Dios, es fuente de esperanza inquebrantable."
En
el apartado que dirigía especialmente a los enfermos y a los que sufren el
Santo Padre Benedicto XVI alentaba:
Quisiera decir humildemente a los que sufren y a los que luchan, y están
tentados de dar la espalda a la vida: ¡Volveos a María! En la sonrisa de la
Virgen está misteriosamente escondida la fuerza para continuar la lucha contra
la enfermedad y a favor de la vida. También junto a Ella se encuentra la gracia
de aceptar sin miedo ni amargura el dejar este mundo, a la hora que Dios
quiera.
Qué acertada fue la intuición de esa hermosa figura espiritual francesa, Dom
Jean-Baptiste Chautard, quien en El alma de todo apostolado, proponía al
cristiano fervoroso encontrarse frecuentemente con la Virgen María “con la mirada”.
Sí, buscar la sonrisa de la Virgen María no es un infantilismo piadoso, es la
aspiración, dice el salmo 44, de los que son “los
más ricos del pueblo” (44,13).
“Los más ricos” se
entiende en el orden de la fe, los que tienen mayor madurez espiritual y saben
reconocer precisamente su debilidad y su pobreza ante Dios. En una
manifestación tan simple de ternura como la sonrisa, nos damos cuenta de que
nuestra única riqueza es el amor que Dios nos regala y que pasa por el corazón
de la que ha llegado a ser nuestra Madre. Buscar esa sonrisa es ante todo
acoger la gratuidad del amor; es también saber provocar esa sonrisa con
nuestros esfuerzos por vivir según la Palabra de su Hijo amado, del mismo modo
que un niño trata de hacer brotar la sonrisa de su madre haciendo lo que le
gusta. Y sabemos lo que agrada a María por las palabras que dirigió a los
sirvientes de Caná: “Haced lo que Él os diga” (Jn 2,5).
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