foto Ruinas de Varsovia del United States Holocaust Museum
En la catedral, mientras tanto, había terminado la Misa. Don Figlewicz y Karol salieron corriendo a la plaza del Wawel y vieron como los aviones alemanas arrojaban su carga mortífera sobre objetivos claramente identificados: los cuarteles de la calle Warszawska, los polvorines, el ferrocarril, la estación de radio. El infierno acabó sin que la defensa antiaérea lograra impactar ni tan siquiera una sola vez en objetivos enemigos.
…«Mi padre esta en casa!». Apenas se despidió del sacerdote amigo suyo, Karol se lanzó a una carrera frenética por las calles llenas de humo…Llegó por fin al barrio Debniki, a la calle Tyniecka 10 …subió los últimos peldaños y casi tira al «señor Capitan» que lo abrazó con fuerza. Se había preocupado: Donde estabas? Te he buscado por todos lados. Karol respondió: Pero papá, no te acuerdas? Había subido al Wawel, a hablar con don Figlewicz.”
(del Capìtulo 3 Historia de Karol de Gian Franco Svidercoschi, Ediciones Internacionales Universitarias, Madrid, 2003 )
“Adolf Hitler habìa aprobado la Blitzkrieg, un ataque por sorpresa, según la versión oficial para anexionarse la ciudad de Danzig y su famoso «corredor». Pero en realidad buscaba llegar, a través de Polonia, a apoderarse del petróleo rumano y del grano ucraniano para finalmente – ésta era su gran ambición – conquistar Europa.
Los gobernantes de Varsovia tenían su parte de responsabilidad, pues no se habían creído las amenazas alemanas, al menos hasta que Checoslovaquia no estuvo ocupada y fue convertida en el Protectorado de Bohemia y Moravia. Aunque seguramente la mayor parte de la culpa la tenían los aliados occidentales, que durante demasiado tiempo habían rehusado enviar señales contundentes y creíbles que fueran capaces de disuadir a Berlín de cualquier acción temeraria o desconsiderada.
«Morir por Danzig?» preguntaba desde las columnas de su diario el diputado francés Marcel Deat. Pregunta que rebosaba indiferencia culpable y que suponía una respuesta negativa. Polonia, una vez mas, abandonada a sus fuerzas, se dirigía sin remedio hacia su triste destino.
Fue así que el amanecer de aquel primero de septiembre se puso en movimiento la monstruosa maquinaria de guerra un millón y medio de hombres. Las divisiones acorazadas de la Wehrmacht invadieron el territorio polaco a las 4.49, y avanzaron a lo largo de muchos kilómetros mientras la artillería vomitaba fuego una y otra vez, y desde el aire la aviación diseminaba muerte y destrucción: La mayoría de los quinientos aviones militares de los que disponía Polonia ni siquiera lograron levantar el vuelo: fueron destruidos en tierra.
“Adolf Hitler habìa aprobado la Blitzkrieg, un ataque por sorpresa, según la versión oficial para anexionarse la ciudad de Danzig y su famoso «corredor». Pero en realidad buscaba llegar, a través de Polonia, a apoderarse del petróleo rumano y del grano ucraniano para finalmente – ésta era su gran ambición – conquistar Europa.
Los gobernantes de Varsovia tenían su parte de responsabilidad, pues no se habían creído las amenazas alemanas, al menos hasta que Checoslovaquia no estuvo ocupada y fue convertida en el Protectorado de Bohemia y Moravia. Aunque seguramente la mayor parte de la culpa la tenían los aliados occidentales, que durante demasiado tiempo habían rehusado enviar señales contundentes y creíbles que fueran capaces de disuadir a Berlín de cualquier acción temeraria o desconsiderada.
«Morir por Danzig?» preguntaba desde las columnas de su diario el diputado francés Marcel Deat. Pregunta que rebosaba indiferencia culpable y que suponía una respuesta negativa. Polonia, una vez mas, abandonada a sus fuerzas, se dirigía sin remedio hacia su triste destino.
Fue así que el amanecer de aquel primero de septiembre se puso en movimiento la monstruosa maquinaria de guerra un millón y medio de hombres. Las divisiones acorazadas de la Wehrmacht invadieron el territorio polaco a las 4.49, y avanzaron a lo largo de muchos kilómetros mientras la artillería vomitaba fuego una y otra vez, y desde el aire la aviación diseminaba muerte y destrucción: La mayoría de los quinientos aviones militares de los que disponía Polonia ni siquiera lograron levantar el vuelo: fueron destruidos en tierra.
En la catedral, mientras tanto, había terminado la Misa. Don Figlewicz y Karol salieron corriendo a la plaza del Wawel y vieron como los aviones alemanas arrojaban su carga mortífera sobre objetivos claramente identificados: los cuarteles de la calle Warszawska, los polvorines, el ferrocarril, la estación de radio. El infierno acabó sin que la defensa antiaérea lograra impactar ni tan siquiera una sola vez en objetivos enemigos.
…«Mi padre esta en casa!». Apenas se despidió del sacerdote amigo suyo, Karol se lanzó a una carrera frenética por las calles llenas de humo…Llegó por fin al barrio Debniki, a la calle Tyniecka 10 …subió los últimos peldaños y casi tira al «señor Capitan» que lo abrazó con fuerza. Se había preocupado: Donde estabas? Te he buscado por todos lados. Karol respondió: Pero papá, no te acuerdas? Había subido al Wawel, a hablar con don Figlewicz.”
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