(del Capìtulo 3 Historia de Karol de Gian Franco Svidercoschi)
“El silencio invadía las naves de la catedral, aún poco iluminadas por un débil y velado sol. De vez en cuando se escuchaba un murmullo en latín proveniente del altar de la nave norte, presidido por un gran crucifijo negro. Allí, delante de aquel crucifijo, iba a rezar todos los días Eduvigis, la reina del periodo de máximo esplendor de Polonia, el de la dinastía de los Jagellones.
Como cada primer viernes de mes, Karol había subido a lo alto del monte Wawel para confesarse con don Figlewicz, su director espiritual, al que luego ayudaba en la Misa. «Que extraño» pensó Karol mirando a su alrededor. La catedral estaba desierta. Nunca había pasado que a aquella hora no hubiera nadie, ni siquiera las acostumbradas viejecitas.
De repente fue como si el suelo se sobresaltara. Las explosiones procedían de lejos, quizás de la periferia de Cracovia, pero su estruendo retumbó con fuerza, llegando hasta allí, la cumbre de la colina que domina el Vístula. Don Figlewicz se volvió rápidamente, cruzando su mirada con aquella aterrorizada del monaguillo.
Comenzaron a aullar las sirenas y a escucharse los primeros disparos de la defensa antiaérea. Por un momento pareció que temblaba incluso el imponente mausoleo de San Estanislao, el obispo asesinado por la fe.
Se veía, a juzgar por sus hombros cargados, que el sacerdote tenia miedo. Pero don Figlewicz no interrumpió la celebración, aunque desde aquel momento empezó a acelerar primero los gestos, y luego también las oraciones.
Era el 1ro de septiembre de 1939.
«Aquel día dirá Karol – pasado el tiempo – no se me borrará nunca de la memoria.».”
Como cada primer viernes de mes, Karol había subido a lo alto del monte Wawel para confesarse con don Figlewicz, su director espiritual, al que luego ayudaba en la Misa. «Que extraño» pensó Karol mirando a su alrededor. La catedral estaba desierta. Nunca había pasado que a aquella hora no hubiera nadie, ni siquiera las acostumbradas viejecitas.
De repente fue como si el suelo se sobresaltara. Las explosiones procedían de lejos, quizás de la periferia de Cracovia, pero su estruendo retumbó con fuerza, llegando hasta allí, la cumbre de la colina que domina el Vístula. Don Figlewicz se volvió rápidamente, cruzando su mirada con aquella aterrorizada del monaguillo.
Comenzaron a aullar las sirenas y a escucharse los primeros disparos de la defensa antiaérea. Por un momento pareció que temblaba incluso el imponente mausoleo de San Estanislao, el obispo asesinado por la fe.
Se veía, a juzgar por sus hombros cargados, que el sacerdote tenia miedo. Pero don Figlewicz no interrumpió la celebración, aunque desde aquel momento empezó a acelerar primero los gestos, y luego también las oraciones.
Era el 1ro de septiembre de 1939.
«Aquel día dirá Karol – pasado el tiempo – no se me borrará nunca de la memoria.».”
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